El primer sábado de mayo de 1971 quedó grabado con letras de oro en la historia del hipismo mundial, y especialmente en el corazón de Venezuela. Aquel día, un modesto caballo castaño llamado Cañonero, con la monta del jinete venezolano Gustavo Ávila, desafió todos los pronósticos y conquistó la edición número 97 del prestigioso Derby de Kentucky en el hipódromo de Churchill Downs.
La historia de Cañonero era ya una de superación antes de pisar la grama de Louisville. Nacido en Estados Unidos con una visible desviación en una de sus patas delanteras, fue considerado un descarte y vendido a un precio irrisorio de 1.200 dólares a criadores venezolanos. Tras una campaña discreta en el hipódromo La Rinconada de Caracas, su propietario, Pedro Baptista, inscribió sorpresivamente al ejemplar en la Triple Corona estadounidense.
El viaje a Kentucky estuvo lleno de peripecias. Trasladado por tierra desde Florida, Cañonero llegó a Churchill Downs con un aspecto desmejorado y poco alentador. Las burlas y las dudas de la prensa especializada no se hicieron esperar. Pocos creían en las posibilidades de aquel caballo «venido de la nada».
Sin embargo, el entrenador venezolano Juan Arias albergaba una fe inquebrantable en su pupilo. Con métodos poco ortodoxos para los estándares americanos, Arias preparó a Cañonero con la convicción de que su resistencia y corazón serían sus mayores armas. Y en la silla, Gustavo Ávila, un jinete experimentado pero poco conocido en los círculos hípicos estadounidenses, confiaba en la conexión especial que había forjado con el noble corcel.
Llegó el día de la carrera. Ante una multitudinaria asistencia y la atención de millones de espectadores, Cañonero partió desde un puesto de salida poco favorable. Ávila, con serenidad y maestría, lo mantuvo alejado del fragor inicial, dejándolo correr a su propio ritmo en la retaguardia del pelotón.
A medida que la carrera avanzaba, la figura de Cañonero comenzó a emerger desde el fondo del grupo. En la recta final, con una explosión de velocidad y una determinación asombrosa, el caballo venezolano descontó cuerpos a sus rivales, abriéndose paso con una potencia inesperada.
Los últimos metros fueron un torbellino de emociones. La incredulidad se apoderó del público cuando Cañonero, con la garra de un guerrero, superó a los favoritos y cruzó la meta en primer lugar, dejando una estela de asombro y júbilo. El silencio inicial se rompió en un estruendoso aplauso y vítores ensordecedores.
Gustavo Ávila, con los brazos en alto, celebró una victoria que trascendía lo deportivo, convirtiéndose en un símbolo de esperanza y orgullo para toda Venezuela y Latinoamérica. La hazaña de Cañonero no solo fue un triunfo en la prestigiosa carrera, sino una demostración de que la pasión, la fe y el coraje pueden superar cualquier obstáculo.
Aunque Cañonero no logró completar la Triple Corona al llegar cuarto en el Belmont Stakes tras ganar también el Preakness Stakes, su victoria en el Derby de Kentucky de 1971 sigue siendo recordada como una de las más sorprendentes y emocionantes en la historia de la hípica. Un caballo «chueco» y subestimado que, con un jinete venezolano en sus lomos, conquistó la gloria en la carrera de las rosas, escribiendo un capítulo imborrable en los anales del deporte mundial. Su galopada resonó mucho más allá de la pista, inspirando a generaciones y demostrando que los sueños, por más improbables que parezcan, pueden hacerse realidad.
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