Lo recuerdo usando aquella manera de amarrarse el pantalón. No era fácil tener una correa y se procedía entonces, hacerse un nudo en lugar donde se tenía el botón y el ojal del pantalón. Era uno de los tantos niños que tenía la calle para dejarse ver y sentir el juego de los niños y caminar de los vecinos.
A la edad de ocho años se fue con su mamá a uno de los pueblos de la península de Macanao. Esto sucedió en 1963 y a esa edad se confrontó con otra realidad que no le era familiar: El mar y pocos muchachos para jugar lo que aquí en El Maco jugaba. Al frente tuvo ese mar inmenso, que le era ajeno.
La mayor cantidad de agua que había visto en su todavía pequeña vida, era el pozo de Contreras. Estando en este pueblo de El Manglillo de la península de Macanao y frente a ese inmenso mar, añoraba el pozo de Contreras. Al irse se llevó en su memoria los juegos que regularmente realizaba en El Maco y toda la muchachada que forma parte de la realidad de su pueblo de ayer. Se llevó el trompo, el cerrito de la cruz con el volador y los juegos que se hacían en las noches. El Maco en comparación con esta nueva realidad era un pueblo inmenso y con muchos muchachos.
En el Manglillo tuvo que cambiar, el volador en la cruz por los trastes y eso hizo.
En el pueblo me encontré con una soledad. Así me dijo. Muy pocas familias en el pueblo y muy pocos muchachos con quien jugar porque allá el niño a esa edad comenzaba a jugar con la mar y el arte de la pesca.
En ese proceso de integrarme a esta realidad, que me era ajena, un día me encuentro con unos muchachos mayores que yo y me animan para que aprendiera a vivir y trabajar con la mar. No me fue fácil este acercamiento porque mareaba mucho. Salí un tiempo de la pesca pero inmediatamente un amigo (patrón) me convenció para que me aguantara y así el cuerpo se iría habituando a este duro trabajo.
A los trece años me hice un hombrecito de la mar y a esa edad ya me era fácil estar en Trinidad o al frente de sus costas en la pesca del pargo.
Fui aprendiendo amigo y metiéndome en la cabeza la idea de tener un bote, cosa que logré y con este bote me sentí un hombre de mar. Vendí ese bote y me compré otro y así me puse luego en una lancha con motor central. Ya era un pescador. El maquerito -me decían-, se sintió pescador y el mar fue enamorándome.
Ya a mis 78 años, no dejó de vivir a acordarme del momento más difícil que me dió está labor dura de la pesquería. Uno que aprendió amar al mar, de repente se siente como queriendo no estar más en ese mundo.
Un día salí a pescar en compañía de un niño de siete años a la zona de Macanao, a más de seis millas de las costas. Habíamos hecho la tarea y cuando recogimos los trastes para venirnos: el motor se me apagó.
Tuve trabajando un poco para prenderlo pero no pude. Comenzó allí ese muy mal momento en el mar. Sentí que ese amor iba a llevarme. La lancha quedó a la deriva y poco a poco me metía en esa inmensidad sin posibilidades de volver. Amigo, hay que tener los cojones bien puestos para llevar ese amargo momento con tranquilidad. Pasamos el primer día con su noche y sin saber qué pasaría con nosotros.
Como al tercer día, el niño me dijo, maquerito nos vamos a morir. Yo no pude aguantar la idea del amiguito Vicente, y le dije, no hijo, no nos vamos a morir. ¿En quién tú crees?
Maquerito -así me llamaba- yo creo en José Gregorio Hernández. Bueno hijo, aferrémonos a Dios y a José Gregorio porque no nos vamos a morir.
Luego vino otro día y otra noche que se nos hicieron interminable. El frío de la noche nos calmaba el sol de todo un día. Así sin agua y comida transcurrieron siete días.
Recuerdo que le dije a Vicente, estamos vivos hijo porque Dios nos viene cuidando. Llegamos a la octava noche y comienzo a sentir que el desespero me va ocupando. ¡Dios!, cómo es que no pasa alguien por aquí que nos vea.
Ya habíamos pasado la isla de la Tortuga, a los Morros, isla Blanca y la Orchila. Todo eso lo habíamos pasado y no veíamos a nadie en esa inmensidad.
Seguimos andando y para el noveno día, solo el agua salá nos mantenía con alguna fuerza. Beber agua salá es atrinca amigo. Seguía Vicente diciendo que nos íbamos a morir y yo animando. Justo al noveno día tiró la vista pa’ abajo y veo un barco que «arribaba» y «orzaba». Cuando Orzaba yo me angustiaba porque sabía que no nos había visto.
Tomé entonces varias camisas y la llené de «gasoil» y me monté en la estilla del palo y le prendí fuego. Bajé y sentía que el capitán no veía esa gran «humarera». Dios mío, Dios mío -me decía-, cómo es que ese capitán no ve esto. Como a los tres minutos, vi que el barco orzó y puso la pro hacia la lancha.
Sentí que el barco venía hacia nosotros. Mentalmente me decía: ahí viene, ahí viene, ahí viene. Lo venía jalando hacia nosotros con el corazón. Cuando ví el nombre del barco («Suhair») se fue llenando el alma de esperanza.
Al rescatarnos Vicente y yo comenzamos a llorar y a llorar. Así estuvimos un muy largo rato llorando y el capitán nos decía, no lloren más, pero seguimos llorando porque sabíamos lo que ya dejábamos atrás.
Al rato nos pasaron media naranja para cada uno. Nos comimos esa naranja pero no nos pasaban agua y pedíamos agua. Como a las dos horas, nos pasaron una cosa que parecía refresco. No tomamos de a poquito como nos indicaron. Al rato nos pasaron una olla con sopa y después nos dieron el agua.
Ya superada la situación nos llevaron de remolque. Corrimos dos días y dos noches. Nos preguntaron a quién podíamos llamar y yo les dije que llamarán a El Manglillo. Llamaron y llamaron y nada. Respondió un barco desde la isla Cayenas, que es una isla francesa.
Allá nos llevaron y en ese barco después de todo un día navegando nos dejaron en El Manglillo como a las una de la madrugada.
Este Abel Marin que ahora conversa contigo amigo, usa bastón y tiene 78. Dejé ese duro trabajo en el mar para disfrutar la tranquilidad de la familia y la bendición de mis cuatro nietos.
Ya Abel Marín, no estando en el mar, tiene la cara que le dejó su trabajo y el haberse metido desde los doce años a este duro trabajo.
Texto y Recopilación: Evaristo Marcano Marín
Únete a nuestro canal en Telegram.
¿Eres talento venezolano y deseas que publiquemos tus notas y sonemos tu música? Envíanos el material a otilcaradio@gmail.com
Contribuye con la promoción y difusión de la
producción artística venezolana, realiza tu aporte