Cleto solo dejó, como herencia, el bote amarrado a un árbol orillero y la casa en ruinas que el bahareque apremiaba; Clara se armó de valor, un tiempo después cuando se agotaba el dinero y la paciencia y vendió todo y un día de un mes de agosto, hizo un haz de ropas, hijos y visiones y se fue a Pedernales, navegando al norte por el Caño Mánamo, a buscar la vida con su morral de ilusa y su moral de intrusa. Ya antes, Clara había dejado a su primogénita, Carmen Ramona, en Tucupita, con sus hermanas Dolores, María e Isabel. Ella también tenía otros hermanos llamados Andrés y Miguel quienes estaban en San Rafael, pueblo cercano a Tucupita. Clara sin saberlo, empezó a abrirle brechas a sus hijos y llegaron a Pedernales y se instalaron en Capure, un Caserío al frente, donde se unían el Caño Mánamo, el Caño Pedernales y Caño Angostura y allí empezaron a vivir de lo poco que sabían y Agustín empezó a cocinar y Marcos llevaba la comida a la planchada petrolera que allí se encontraba y se empezaron a ganar el pan vendiendo comida a los obreros petroleros y llegó la recluta y Agustín y Marcos se fueron a las montañas, con sus machetes y chinchorros y Efraín e Ixora, los morochos sobrevivientes, les llevaban la comida con la contraseña de los silbidos y el hambre a orillas de los labios. Los encontraban cada vez, con los brazos llenos de picadas de plagas, de puripures al lado de los caños, de culebras rondando sus espacios y de aquel llanto lastimero de los monos en las copas de los árboles. Pasaban hasta 15 días sin ir a Pedernales. Solidaridad absoluta, probada hermandad, lágrimas al verse, pero era necesario, sin embargo les iba mejor que estando solos en Carapal de Caura. Clara Antonia siguió cocinando. Pedernales era el centro de las actividades petroleras del Delta Amacuro, había trabajo pero eran duros, por lo cual decidieron emigrar a otros rumbos y oyendo consejos prepararon sus corotos y en un barco petrolero, de los que recalaban en Pedernales, se fueron, por el río hasta Puerto Amador, en el sur del Estado Monagas y de allí siguieron su rumbo buscando el oro negro y se instalaron en Mata Negra en el mismo Estado……palo de mujer, mi abuela
Anteriormente, en el propio Pedernales, Juana, había conocido a un hombre margariteño también, alto, blanco, venido de Tacarigua al Delta del Orinoco a buscar trabajo en las haciendas ganando un real diario, pero que se reportó en las petroleras de ese pueblo; se llamaba Gerónimo González y se fue hasta Mata Negra, junto con Juana y Chana. Allí nacieron Carmen Emilia y Petronila, quienes murieron de pocos años; nacieron luego Geronimito y Jesús. Cuando Clara y sus hijos llegaron a Mata Negra ya Juana estaba allá con Gerónimo y comenzó un período de muy corta estabilidad económica y familiar hasta que, en 1938, un cáncer fulminante dejó a Clara Antonia, sin fuerzas y se la llevó del mundo sin ver a sus hermanos Andrés, Miguel, Isabel, Dolores y María. En Mata Negra deben estar sepultadas las lápidas y los cuerpos de Carmen Emilia, Petronila, Clara Antonia y Donato González, hermano del viejo Gerónimo quien murió de lechina siendo esposo de Trina Medina. Clara murió arropada de sufrimientos y abnegación
En Mata Negra, huérfano de padre y madre y con Gerónimo y Juana haciendo esas veces, Agustín, el mayor con 20 años, Marcos de 16 y los morochos, Efraín e Ixora, de 10 años, seguían sin rumbo fijo, como volador sin rabo pero unidos, sufriendo pero uno al lado de los otros, con ese amor de hermanos, en nombre de Cleto y Clara, llorando a la vera del camino y aferrados a noches de tristeza y escalofrios; como habrán sufrido en la vida esos seres que se llevó el tiempo, entre mechurrios y curiaras, entre plagas y caños, entre llantos y hambre, entre calores y fiebres….pobrecitos, mi Dios, como sufrieron.
Tiempo después a Gerónimo le tocó irse a otras tierras, en Anzoátegui, al otrora Caserío de Pueblo Nuevo, entre Santa Ana y Buena Vista, a seguir laborando en la industria petrolera. En Pueblo Nuevo nacieron Rosa María y Victor. Allí siguieron los muchachos de Clara, Agustín escribiendo, conociendo a Donata y fortaleciendo su inglés con Mister Fright, Marcos trabajando en contratas, Efraín ayudando a Juana en la casa e Ixora, también en la cocina y limpiando los cuartos; entre tanto, Carmen Ramona se había establecido en Caracas y Licina comenzaba su odisea de estudiar, lejos del lar nativo y en la propia Capital, siendo la primera profesional universitaria de los Carrasquero.
Jusepín era un pueblito del Estado Monagas donde se estaba construyendo un futuro con el oro negro de protagonista y hasta allá, otra vez, se fueron todos; Juana, la mayor se llevó a Chana, Gerónimo, Jesús, Rosa, Victor, Agustín, Marcos, Efraín y a Chora y de paso, en ese pueblo, le nacieron Juan Dámaso y Hortensia. Allí siguieron unidos para separarse luego, Agustín, de 27 años, se casó con Donata, una margariteña sobrina del viejo Gerónimo formando tienda aparte. Chana, de 16 años, conoció a Primitivo Carrasquel y se casaron, Efraín conoció a Hilda Aray y se casaron, Ixora conoció a Pablo Rojas en Maturín y se casaron, Marcos se enamoró de Carmen Aray, prima de Hilda y se casaron
Luego la distancia por medio y las ganas de independizarse y tener sus propias vidas pero sin perder la unión de los hermanos, los hizo buscar nuevos horizontes: Agustín se llevó a Donata para Puerto la Cruz y de allí a El Tejero; Marcos estuvo años en Jusepín y recaló con Carmen en Cantaura; Chana se fue con Primitivo a Miraflores en Quiriquire y de allí en un salto a Maracay, lo mismo que Ixora y Efraín sentó posada con Hilda en Anaco.
Esa gente se mantuvo unida hasta el final de sus días; Ixora la única sobreviviente, que esta semana cumplió 97 años, los ha enterrado a todos y narra las odiseas de viajes en curiaras y campos petroleros y el recuerdo de los sufrimientos nos llena de nostalgia y de dolor por esos seres que nos dieron la vida, que sobrevivieron en un mundo donde las enfermedades estaban en cada esquina y ellos, con mas deseos de vivir que de enfrentarlas, se sobre pusieron a cada síntoma, a cada sístole y a cada diástole….como duelen estas cosas, como se nos aguan los ojos recordando esa infancia de sufrimientos y angustias y hambre y fiebres y el deseo inmenso de construir patria y educar hijos. A esa gente la hemos perpetuado en nuestras querencias porque fueron gitanos además de ser deltanos y que salieron de la selva por la voluntad de una mujer viuda a buscar la luz y a prenderla….hasta el sol de hoy que nosotros no hemos permitido que se apague. Nosotros también tenemos nuestro Realismo Mágico, con el permiso de Gabo y Macondo.
Texto y Recopilación: Domingo Carrasquero / Diseño: Claudia Marín Ordaz
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