Si el escritor asuntino Francisco Suniaga recorriera hoy las calles de El Cercado, en el municipio Gómez, quizás sentiría que las páginas de su libro “Margarita Infanta” han cobrado vida, escapando de la nostalgia para instalarse en el presente. Mientras en muchos rincones de la isla el progreso ha desdibujado la identidad de antaño, en este pueblo de alfareros el tiempo parece haberse detenido en una tarde lluviosa de hospitalidad, donde los vecinos charlan en los umbrales de sus puertas y los «chamos» aún son dueños de la plaza bajo la sombra de los árboles.
En El Cercado, la identidad está moldeada en arcilla; incluso los botes de basura son obras de arte barro creadas por sus artesanos. Pero más allá de lo material, el corazón del pueblo late con una fuerza especial cada 25 de diciembre, cuando el silencio habitual se rompe para encender la Parranda al Niño Jesús.
La Parranda: Más que música, un abrazo de casa en casa
Para entender lo que sucede este día, hay que escuchar al maestro Beto Valderrama. El reconocido músico explica que, en esencia, la parranda no nació como un género de escenario, sino como un acto de comunión.
“En realidad no es un género musical. La parranda es salir a las calles de casa en casa, cantando y llevando alegría”, afirma el maestro, quien lleva esta tradición tatuada en el ADN: su bisabuelo y el abuelo de este ya eran parranderos en estas mismas tierras.
Lo que comenzó con las voces de las mujeres del pueblo, y luego se consolidó con músicos legendarios como Venancio López, Ruperto Alfonzo y Meroco, hoy es una institución que resiste el paso de los siglos.
El ritual del 25 de diciembre
La jornada de Navidad en El Cercado no es para el descanso, sino para el encuentro. Desde la mitad de la mañana y hasta que el sol se oculta pasadas las siete de la noche, el retumbar de los cohetes anuncia que la música ha tomado la calle. Acompañados por músicos de zonas vecinas, los parranderos recorren cada hogar cantando aguinaldos e improvisando versos que celebran la vida y el nacimiento del Redentor.
Como en los viejos tiempos que Suniaga describe en sus relatos, aquí el «aguinaldo» no es una moneda fría, sino un gesto de gratitud: una hallaca humeante, pasteles de Navidad, guisos caseros o una bebida para refrescar la garganta del cantor.
El alma humana detrás del instrumento
Para Beto Valderrama, el verdadero motor de esta tradición no es solo la música, sino la conexión humana que se genera en el recorrido. Es el momento en que la parranda llega a la casa del enfermo o del anciano que ya no puede salir.
“Se viven experiencias muy hermosas. Hay personas que se emocionan, ofrecen oraciones al Divino Niño, comparten y ríen. Son esos aspectos de la parte humana los que nos hacen sentir muy bien y nos llenan de energía”, confiesa Valderrama.
Mientras el mundo globalizado avanza, El Cercado permanece como ese bastión de la Margarita Infanta, donde la Navidad no se ve por televisión, sino que se siente en el barro de sus manos y en el canto itinerante que, cada 25 de diciembre, le recuerda a la isla quién es y de dónde viene.
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