Cleto Antonio Marcano, abuelo paterno de Domingo Carrasquero

Cleto Antonio Marcano era un margariteño de Pedregales con 187 centímetros de estatura a cuestas y aquella tez blanca como todos los descendientes de españoles que habitan esta parte de la Isla de Margarita; Cleto nació retirado de las costas del mar de Juangriego pero muy cerca porque Pedregales queda a un paso de Las Piedras y allí todos se conocen hasta que empezó a ser marinero de la mano de sus amigos de ese entonces y formaba parte de la tripulación de un barco que iba siempre hacia el Territorio Delta Amacuro, conocido como Los Caños, a llevar pescado salado y buscar vituallas y encomiendas. Cleto tenía un problema con la epilepsia que le sentenció la vida y lo marcó para siempre; Cleto era guapo y fajador pero con esa falla humana. Fue un pescador de clepsidras y poemas, poemas forjadores de sus propias esperanzas

Un día, de Mayo, en 1910, plagas al cinto, Cleto, el margariteño de Pedregales, en Tucupita, conoció a una morena, llamada Clara Antonia, que llevaba de la mano a su primera hija mentada Carmen Ramona, de apenas cuatro años, quienes iban camino del mercado a buscar bastimentos, llenas de esperanzas y cargadas de angustias.

Un flechazo le marcó el alma y empezó a buscar formas y maneras de llamar su atención: quizás una picaíta de ojos para atraerla pero eso era muy de frente, muy inoportuno, no mejor no; tiempo después con el fruto de las letras concluido y el sí de Clara en sotavento, Cleto la convenció de iniciar una vida y se fueron a vivir a La Horqueta, un Caserío a orillas de uno de los caños del Orinoco, llamado Cocuina y su amor se convirtió en 17 hijos, todos nacidos allí, con rasgos indígenas sin ser indígenas y alma de gitanos sin ser españoles. Clara tuvo 17 hijos: los 2 primeros fueron Carmen Ramona, la mayor cuyo padre era de Río Caribe llamado Santiago Guerra y Juan Francisco, quien murió joven al querer cargar una caja fuerte y ésta le cayó en el pecho. Luego vinieron 6 que murieron de tres partos morochos; posteriormente murieron otros 4 de diferentes motivos, en diferentes años y a diferentes edades porque en ese ambiente, la muerte estaba al lado de las almohadas; después, los sobrevivientes de La Horqueta, Juana, Agustín, Marcos, Efraín e Ixora, los morochos que le ganaron la partida al sarampión y a la disentería y la malaria y el tétano y las plagas. Los otros 10 niños murieron también en la mayor de las miserias, rodeados del susto de los vivos y enterrados en los fondos de las casas porque el cementerio llegó a La Horqueta, veinte años después. Comían coporos y guaraguaras y bagres pescados en el caño Cocuina con yucas y mazorcas y ñames y ocumos y bebían el agua del río que iban a buscar en las pozas de las cabeceras y que, en invierno era mas lo que enfermaba que lo que calmaba la sed.

Cleto los contemplaba a la luz de las velas y lámparas de carburo y sufría, él no podía pagar un bolívar en la escuela porque no había y no tenía, él no quería la ignorancia para sus hijos, quería otra vida pero la de él mismo se apagaba; aspiraba a un cambio para ellos y allí mismo, en una noche de luna llena, grillos y madrugadas, le dijo a Clara que preparara los macundales que se tenían que ir a buscar nuevos horizontes y se llevaron a los niños desde La Horqueta, hasta Carapal de Caura; ya antes él había avizorado un refugio en este caserío; pasaron tres días de chubascos en el río, mirando pasar los pueblos de Clavellinas, San José de Cocuina, La Florida y Santa Rosa antes de llegar a Tucupita, donde hicieron la segunda parada y al amanecer, el viaje de nuevo hasta Carapal viendo pasar los bosques y los árboles y aquellos niños llenos de suciedad y esperanzas en Paloma y Agua Nueva, a orillas del Padre de los ríos; …y Cleto Antonio, hombre de mar y de caños, siguió su trabajo en barcos ajenos hasta que compró un bote de poco calado pero que le permitía independizarse y hacer su propia vida económica; la vida siguió su curso hasta 1932, un domingo en la mañana que Cleto llenaba su bote de vituallas para llevarlo a vender a Tucupita, en compañía de un compadre, viejito él, y lo atacó la epilepsia y cayó al Caño y no pudieron hacer nada; Cleto Antonio, el marino de Pedregales moría en el Caño Mánamo, con un ataque de epilepsia y el amor de sus hijos en la mente, añorando su vieja tierra pero amando a la nueva donde entregó su vida, crió sus hijos y se llenó de esperanzas. Cleto vivió 22 años con Clara; Cleto no sabía nada de inglés y Clara hablaba poco el español, sin embargo fueron 22 años que buscaron la manera de entenderse con señas, con besos, con palabras diferentes, con colchas y cobijas. Cleto, el margariteño de Pedregales, estuvo ausente por esos 22 años de la bahía de Juangriego donde vino dos veces a ver sus viejos y solo en una los encontró. Cleto, un hombre de mar que se murió en el río, enterró sus sueños en Mánamo y sepultó, momentáneamente, el futuro de los suyos en plena selva. A Cleto lo enterraron en Carapal de Caura sin volver a ver el Fortín de La Galera ni volver a oír el golpe de las olas en los riscos de Las Piedras; allá lo dejaron, solo, sin una lápida pero con una flor del camino al lado de una cruz de palo…..”Dios mío que solo se quedan los muertos” dijo el poeta y en su caso, es la única y absoluta verdad……qué hizo Clara, después ????

Texto y Recopilación: Domingo Carrasquero / Diseño: Claudia Marín Ordaz

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