Una Aventura en un traje de buzo con escafandra

Hace muchos años, conversaba con mi padre José Jesús Fernández Marcano, margariteño, marino desde muy niño, luego capitán y propietario de embarcaciones de navegación de cabotaje, en las costas venezolanas y el Caribe; titulado con cedula marina por la Capitanía de Puerto del Edo Nueva Esparta.

Mi papá, en sus años mozos  y siendo marino práctico, trabajó con sus familiares en la pesca de perlas, cuando se navegaba a vela, ya que las embarcaciones particulares no podían usar motores, ni centrales ni fuera borda, por resolución del gobierno venezolano, solo podían tener motores los buques del gobierno. En ese tiempo, el presidente de Venezuela era Juan Vicente Gómez; el propósito de esta resolución era evitar el contrabando, abundante en nuestro país para esa época. Contaba que las faenas del mar eran muy rudas y pesadas, y siempre nos estaba predicando la importancia de estudiar, para no terminar trabajando como peones en esas labores del mar.

Los marinos, no solamente buceaban a pulmón, para obtener  las conchas de las madre perlas, sino que también usaban a buzos con escafandras, que era la  mejor forma de obtener más ganancias, pero era muy costoso su equipamiento y existían pocos  hombres que supieran de esas artes; uno de esos hombres era el señor Ringo, gran amigo de la familia, quien vivía cerca de la casa de nosotros en la calle Igualdad y allí conocí sus trajes , las escafandras que usaban para hacer su trabajo y muchos aparejos de su oficio; un traje de buzo completo podía llegar a pesar unos 90 kg.

Otra manera  para aumentar la producción, eran “las rastras”, dicho procedimiento consistía en que en la popa de las embarcaciones, se ataban  unas artes de pesca  de hierro con una malla gruesa y resistente, que iban arrastrando por el fondo marino toda clase de conchas y moluscos, que se colectaban en la malla del fondo de la rastra, que luego de llenarse, se subiría a la embarcación, con el producto del arrastre; detrás de las  rastras iban unos buzos provistos solamente con: snorkel, chapaletas y caretas de goma, confeccionadas en muchos caso por los mismos buzos, cuyo trabajo era ir liberando a las rastras, cuando se trababan con rocas de diversos tamaños, que impedían el avance de la embarcación.

Contaba mi padre, que una vez en tierra, tenían que descargar las embarcaciones, meter en sacos de pita, las ostras y conservarlas dentro del mar.

Muy temprano, en las rancherías. comenzaba el  proceso de esjullar las ostras con unos cuchillos; esto lo realizaban varias mujeres y marineros que, hábilmente, abrían el molusco y  recorrían con el pulgar la anatomía de la ostra y entre los pliegues o faralaos estaban las perlas, que retiraban y las iban colocando en pequeños recipientes o en una concha de ostra, debajo de cada asiento de las esjulladoras, la velocidad de hacer este procedimiento era muy rápido y periódicamente el caporal  recogía  el fruto de cada trabajadora y lo reunía en un envase mayor. Al llegar  la tarde, el caporal o encargado de la tripulación del barco, reunía cierta cantidad de perlas y así, al final de cada día, se reunían las perlas esjulladas.  Las perlas eran de tamaños y “orientes” variados.

La carne de los moluscos esjullados, las vendían por kilos a varias personas,  que las solicitaban para sancocharlas o guisarlas en sus hogares, nuestra madre era una de esas marchantes caprichosas.

Las perlas recabadas, se las vendían a Los Ávila o se las entregaban a consignación y con ellos hacían diversas negociaciones inherentes a la venta de las perlas; existían también pequeños comerciantes de perlas que merodeaban por los puertos, y sitios turísticos con sus clásicos bojoticos de perlas de diversos tamaños guardados con mucho celo.

Los moluscos esjullados, servían de alimento y los sobrantes se ponían a podrir* en tambores de 200 litros, donde venía el combustible de las embarcaciones, (gasolina o gasoil) que tenían destinados para ese fin; esas ostras se dejaban podrir y se secaban al sol.

Periódicamente, una vez seco ese sedimento, era muy bien registrado por unos encargados y buscaban en ese “ripio” perlas muy pequeñitas (mostacilla) que también se vendían, formando parte  de las ganancias.

Este “ripio”, seco al sol, después de algunas semanas, era guardado en talegas de más o menos 3 Kg. y al final de la temporada de las perlas, algunos familiares, hurgaban el “ripio” minuciosamente  y obtenían perlitas muy pequeñas, que el propietario vendía para joyería o para enviar al extranjero, donde eran utilizadas para implantárselas a las ostras de cultivo y  obtenían, con el tiempo reglamentario, perlas de buen tamaño cotizadas a buen precio en el mercado de las perlas o las compraban para triturarlas finamente y obtener un polvo que, en Oriente Medio, lo usaban ciertas damas adineradas, para su embellecimiento.

*El olor de aquella descomposición de miles de moluscos, producían una pestilencia y una gran cantidad de moscas que les eran indiferentes a los habitantes de la ranchería; mi papá decía que la cantidad de moscas producidas por aquella pudrición era insoportable y eran tan abundantes, que ellos, cuando iban a comer, tenían que tomar su ración de alimentos y meterse al mar con el  agua hasta el cuello, para poder librarse de tantas moscas y poder comer lo que correspondiera en su ración de alimento; también contaba, que eran tantas las moscas, que en horas de la tarde, tenían los dientes manchados con punticos marrones, (guate de mosca) producto de las defecaciones de los millones de moscas que pululaban alrededor de sus caras en las faenas en la ranchería.

Esto pareciera una exageración, pero en las temporadas de las perlas, el mosquero en los sitios donde las esjullaban, ( Los Cuartos) y en la misma Porlamar, era insoportable, ya que las condiciones sanitarias eran muy precarias y en especial, recuerdo que en mi adolescencia  (años 1950), en mi casa cuando íbamos a almorzar teníamos que estar pendientes de las moscas,  porque cuando estábamos comiendo, debíamos espantarlas con las manos, para que no cayeran dentro de nuestro platos de comida y si por algún descuido caía una mosca en nuestra comida, nos llamaban:

¡”Muchacho boca abierta”! o “encantao”

Cuando mi papá llegaba de  Tucupita o de los caños del Orinoco e  iba a comer, mi mamá, como yo era el mayorcito, me ponía con  un paño o una servilleta de tela, a espantarles las moscas, para que no le cayeran dentro de la comida mientras almorzaba.

Cierto día, conversando con mi padre, me contó, que  una vez que estaban sacando perlas, se le ocurrió pedirle al capitán que lo había contratado, la oportunidad de usar un traje de buzo de escafandra y por amistad, el capitán accedió y faenó por un  día, me dijo que fue una experiencia muy dura,  lo vistieron, los marineros encargados para esa rutina, con la indumentaria prevista, un traje de lona impermeable, zapatos con suela de plomo como de cuatro dedos de grosor que pesaban mucho, un cinturón con barras de plomo para aumentar el peso y poder bajar más rápido al fondo marino, iba atado a la cintura con una cabuya larga que se mantenía enrollada dentro de la embarcación y lo más laborioso y pesado era la escafandra, que era de bronce, y  estaba conectada a una manguera que insuflaría aire al buzo, una vez dentro del mar,  y  estaba conectada a una bomba de aire que le era enviado al buzo en lo profundo del mar.

 La escafandra tenía en su interior, una válvula de aire que el buzo, periódicamente, activaba con un movimiento de lateralidad de la cabeza para botar el aire de su expiración, así que el buzo tenía que arrastrar el peso de los zapatos y de la escafandra, activar la válvula de aire y recoger las piedras donde estaban pegadas las ostras y meterla en unas cestas o maras, que eran levadas a bordo, cuando el buzo lo indicara halando la cabuya que tenía atada a la cintura y seguir  recogiendo la mayor cantidad posible para hacer fructífero su trabajo; la cuerda que tenía el buzo, amarrado por la cintura, se llama “el cabo de vida” y quien era responsable de ella también recibía este nombre, porque de ocurrir una emergencia, los encargados del cabo de vida podían sacar al buzo del fondo del mar.

Cuando  se faenaba con un traje de buzo de escafandra, la sudoración era  muy abundante, lo que hacía muy agotadora la maniobra de trabajar con un traje así;  mi padre me dijo que era un trabajo muy extenuante, y que se puso el traje de buzo una sola vez y juró no hacerlo más. 

José Jesús Fernández, trabajó por un tiempo la perla y luego se dedicó al cabotaje por muchos años, hasta que vendió su balandra: la Luisa María.

INFORMACION COMPLEMENTARIA

Las perlas son concreciones nacaradas, generalmente de color blanco agrisado, reflejos brillantes y forma más o menos esférica, que se producen en el interior de ciertos moluscos, generalmente bivalvos (conchas), como las ostras, aunque también pueden formarse en algunos caracoles. Se caracterizan por su color y por su oriente; el primero depende de una sustancia denominada conquiolina que es uno de los componentes del nácar, mientras que el oriente o brillo procede de la curvatura de las láminas de nácar de la capa externa, que reflejan la luz y que varía con el tiempo.

Las perlas se forman cuando un cuerpo extraño, inorgánico u orgánico, se introduce entre el manto (porción de la parte blanda de la ostra y la concha). El animal reacciona secretando láminas concéntricas y alternantes de diversas sustancias; conquiolina, calcita, aragonito, alrededor de ese cuerpo intruso, lo cual provoca una invaginación del tejido epitelial o “saco perlífero”. El cual puede desprenderse de la hoja formadora y quedar libre en el tejido conjuntivo muscular en forma de perla.   A veces la concreción nacarada no se desprende de la concha formando sobre ella una protuberancia denominada “callo”en el lenguaje perlero,  que son perlas  deformadas e irregulares.

 Nota del autor: cuando los callos se desprenden como perlas, se denominan barrocos.

Perlas  y supersticiones:

Si bien las perlas tienen una larga historia y están cargadas de simbolismo, las creencias sobre su efecto en la suerte varían mucho. Algunas personas las evitan en momentos importantes como bodas, mientras que otras las consideran símbolos de buena fortuna y protección. En última instancia, la elección de usar o no perlas depende de las creencias individuales y de la importancia que se le dé a estas supersticiones.

Texto: Jesús Chuito Fernández Rodríguez

Textos de consulta:  LA PERLA,  Fernando Cervigón, editado por FONDENE Fondo para el Desarrollo de Nueva Esparta / Colección Madre Perla. Se terminó de imprimir el  30 de abril del año del señor de1997, en la editorial Exlibris. Caracas.

-LOS BUZOS DE NUEVA ESPARTA DESDE LOS TIEMPOS ANCESTRALES .- Grecia Salazar Bravo.

-Relatos orales sobre la comercialización de las perlas:  Dr. Virgilio Ávila Vivas.

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