El crimen de Berruecos: Un disparo que cambió el destino de la Gran Colombia

El crimen de Berruecos: Un disparo que cambió el destino de la Gran Colombia

Hace 195 años, el 4 de junio de 1830, el joven Mariscal Antonio José de Sucre, una de las mentes más brillantes y leales al proyecto bolivariano, caía abatido en las montañas de Berruecos, en la actual Colombia. Su asesinato, a los 35 años de edad, no solo truncó la vida de un héroe de la independencia americana, sino que se convirtió en un golpe devastador para la incipiente Gran Colombia y un presagio de la inevitable desintegración.

La figura de Sucre, el «Abel de América» como lo llamó Simón Bolívar, era sinónimo de virtud, talento militar y probidad política. Vencedor en Pichincha y Ayacucho, presidente de Bolivia y leal compañero del Libertador, Sucre era visto por muchos como el único capaz de suceder a Bolívar y mantener unida la vasta república. Su asesinato, por ende, no fue un acto aislado, sino el resultado de una compleja red de intrigas políticas, ambiciones desmedidas y profundas divisiones que carcomían los cimientos de la Gran Colombia.

El Viaje Fatídico y la Emboscada

Sucre regresaba de Bogotá, donde había presidido el Congreso Admirable, un último intento desesperado por salvar la unidad grancolombiana. Apesadumbrado por el fracaso de las sesiones y la inminente disolución del sueño bolivariano, emprendió viaje hacia Quito, donde lo esperaba su esposa, Mariana Carcelén de Larrea, Marquesa de Solanda.

A pesar de las advertencias sobre los peligros de transitar por la región de Pasto, un territorio con fuertes inclinaciones realistas y donde su figura no era del todo bien recibida debido a la represión de levantamientos anteriores, Sucre decidió continuar. La mañana del 4 de junio de 1830, mientras atravesaba una estrecha y densa selva en el paraje conocido como La Jacoba, en las montañas de Berruecos, la comitiva del Mariscal fue emboscada.

Desde los matorrales, sonaron los disparos. Sucre, quien montaba su caballo, cayó mortalmente herido. Se dice que sus asesinos, que lo esperaban a mansalva, le dispararon a quemarropa. Cuando su cuerpo fue encontrado, aún conservaba sus pertenencias, lo que descartó el robo como móvil principal y reforzó la tesis del magnicidio político.

La Caza de los Culpables y las Sombras de la Conspiración

La noticia de la muerte de Sucre conmocionó a la Gran Colombia y a Bolívar, quien lamentó profundamente la pérdida de su «sucesor«. La pregunta sobre quién ordenó y ejecutó el crimen ha sido objeto de debate y especulación a lo largo de la historia. Las sospechas recayeron principalmente sobre figuras con intereses en la disolución de la Gran Colombia y la consolidación de poderes regionales.

Entre los principales señalados se encuentran el general José María Obando, caudillo de Nueva Granada y conocido adversario de Bolívar y Sucre, y el general Juan José Flores, quien buscaba la separación de los departamentos del sur para formar el Estado de Ecuador. Si bien no hay pruebas contundentes que incriminen directamente a Flores, hay testimonios que sugieren que no hizo nada para impedir el asesinato e incluso se rumoreó que anunció el crimen antes de que ocurriera.

Las investigaciones posteriores llevaron a la captura y enjuiciamiento de algunos implicados. El coronel venezolano Apolinar Morillo fue declarado culpable y fusilado en Bogotá en 1842. Antes de su ejecución, Morillo confesó el crimen y señaló a Obando como quien le encargó la tarea. José Erazo, otro de los involucrados con antecedentes criminales, también cayó preso y murió en prisión. Varios de los peones que participaron en la emboscada murieron misteriosamente poco después del magnicidio, lo que alimentó la teoría de un plan para silenciar a los testigos.

El Legado de una Muerte Trágica

El asesinato de Antonio José de Sucre en Berruecos representó un punto de inflexión en la historia de la Gran Colombia. La pérdida de una figura de su calibre, con su visión integradora y su capacidad de liderazgo, aceleró la fragmentación territorial y política que ya se gestaba. La bala que le quitó la vida a Sucre, según Bolívar, también «mató a Colombia».

Hoy, a casi dos siglos de su muerte, el «Crimen de Berruecos» sigue siendo un recordatorio sombrío de las complejidades y las pasiones que se desataron en los albores de las repúblicas americanas. La figura de Sucre, sin embargo, perdura como símbolo de lealtad, valor y un sacrificio en aras de la unidad que, lamentablemente, no pudo ser. Sus restos reposan en la Catedral Metropolitana de Quito, un testimonio silencioso de su vida y su trágico final.

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