El ocaso de Bolívar: Los últimos días en San Pedro Alejandrino

El ocaso de Bolívar: Los últimos días en San Pedro Alejandrino

Aquel 17 de diciembre de 1830, el aire en Santa Marta, Colombia, se sentía más denso que de costumbre. En la Quinta de San Pedro Alejandrino, el hombre que había cabalgado miles de kilómetros, liberado naciones y soñado con un continente unido, libraba su última batalla. No era contra un ejército realista, sino contra la tisis (tuberculosis) y el desencanto.

Una llegada en silencio

Simón Bolívar, el otrora impetuoso Libertador de seis naciones, había llegado a Santa Marta el 1° de diciembre, buscando alivio en el clima costero. Tras renunciar a la presidencia de la Gran Colombia y ante el avance de las traiciones políticas, su salud se había desplomado. El diagnóstico del médico francés Próspero Réverénd era lapidario: «catarro pulmonar crónico».

La última voluntad

Diez días antes de su partida, consciente de que el final acechaba, Bolívar dictó su última proclama y su testamento. En un acto de desprendimiento final, sus palabras resonaron con una amargura esperanzadora:

«Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro».

Sus bienes eran escasos. El hombre que nació en la cuna más rica de Caracas moría usando una camisa prestada, pues la suya estaba rota, y rodeado de un pequeño grupo de amigos leales, como Mariano Montilla y Fernando Bolívar.

La una y tres minutos

A las una y tres minutos de la tarde, el reloj de la Quinta se detuvo. El Dr. Réverénd anunció lo inevitable: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios había fallecido. Tenía apenas 47 años, pero su cuerpo, consumido por la enfermedad y el agotamiento de una vida entregada a la causa independentista, aparentaba mucha más edad.

El impacto de su muerte no fue inmediato en un continente fragmentado por las guerras civiles, pero con el tiempo, su figura creció hasta convertirse en el pilar ideológico de América Latina.

El retorno a la patria

Aunque sus restos descansaron inicialmente en la Catedral de Santa Marta, su última voluntad de reposar en Caracas no se cumplió sino hasta 1842, cuando el gobierno de Venezuela reclamó sus cenizas. Hoy, su cuerpo descansa en el Panteón Nacional, bajo el monumento de mármol que vigila la capital que lo vio nacer.

La muerte de Bolívar no fue solo el fin de un hombre; fue el fin de una era. Como dijo una vez su edecán, el General O’Leary: «El Libertador murió como vivió: solo, pero gigante».

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