Playa La Pared en la Península de Macanao
Era muy de madrugada y aún el crepúsculo matutino se veía muy tímido. Tuve la sensación de verlo tímido o lleno de miedo para asomarse y darle un beso de bienvenida al amanecer.
Descalzo y sin camisa estaba en un constante ir y venir por la pequeña playa de la pared en la Península de Macanao. Veía la luna mientras caminaba. Sentí que me miraba y coqueteaba.
Emocionado sintiendo su mirada, caminaba pero no le quitaba la vista. La veía y me convenció que esa belleza corporal métrica, nada tenía con esta hermosura. Unos ligeros destellos sobre ella, lo sentí como una expresión cargada de envidia de Afrodita desde algún rincón. Cada destello era como la ira de Afrodita pidiéndole a Zeus que se la apartará, pero Zeus también estaba embelesado observándola.
Viéndola tan hermosa a esa hora de la madrugada, llegué a creer que este es el lugar donde la luna, antes de irse a reposar, tiene la costumbre de ponerse más bonita y se le ve como llenando de beso y esplendor esa pequeña bahía.
De repente comenzó a desnudarse sobre la bahía, como si previamente hubiese decidido provocarme. Se desnudaba y mis ojos no me permitían ver todo ese encanto. Decidí, con la idea de grabar ese bello espectáculo, amusgar la visión. Pude ver mejor ese brillo y observé a la luna como si fuera el Narciso de la ninfa Liríope y del dios Cefiso en el empeño de mirarse en su belleza. Ella no se miraba; la bahía quería tomarla y por eso se veía como tendida sobre la bahía, antes dejar su paseo por esta bahía donde viene la madrugada a desnudarse.
Aquello me impresionó tanto, que caminé más allá de la playa para tenerla más cerca.
Texto: Evaristo Marcano Marín
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