De los primeros compases de: “El compadre Pedro Juan baila el merengue”, clásico himno de la cultura dominicana, pasando por los aportes invalorables de Papá Molina de los años 50 y por el virtuosismo pianístico de Damirón y su merengue popular de concierto y culminando con la impronta de Juan Luis Guerra con su alto vuelo poético musical, el merengue dominicano puede exhibir con orgullo su legado artístico sonoro por su autenticidad, porque ella representa los valores estéticos de este pueblo antillano; pero no podemos estar de acuerdo con la promoción y comercialización de un falso merengue “made in Santo Domingo” que cuenta con el apoyo de la mediática transnacional que no es musicalmente hablando ni merengue ni mucho menos nacional. Ese falso merengue es la expresión de la música barata de un estereotipo machista de la vulgaridad y no representa al pueblo dominicano porque no está en su ADN cultural.
Capítulo aparte, una de las formas de nuestro merengue, el merengue caraqueño con su rítmica endiablada del 5×8 es una fórmula única en el continente que ha asombrado a músicos, como Astor Piazzolla (Argentina), José “Pepe” Carli (Argentina), Paquito D´Rivera (Cuba), Chano Domínguez (España) y otros grandes del mundo entero. El merengue en el buen decir de Chuchito Sanoja “es la Marca País de Venezuela”, marca con la misma dignidad del son cubano, del tango argentino, del bossa nova de Brasil, del son huasteco de México, pero por razones subalternas, a veces inexplicables, el merengue venezolano fue desaparecido por la cultura de masas que promueve la burguesía nacional mal llamada criolla, que no es burguesía porque es inculta, ni es criolla porque es ajena al sentir del cantar venezolano.
En 1983, compuse una pieza titulada Nostalgia del Merengue, aún no grabada. Es un canto de protesta por el menosprecio de tan graciosa y auténtica forma musical. Su letra dice así:
Ya no se escucha el merengue que nació en la capital
lo desplazó el desarrollo y el interés comercial.
Ya no se escucha el merengue con su sabor popular
porque a su ritmo alegre le trastocaron hasta el compás
cuando cultos señores lo declararon como vulgar.
Estribillo:
Ay qué dolor, ay qué dolor tanta ignorancia a mí me da.
Que se vayan los señores con sus danzas de salón,
que el merengue nuestro tiene la virtud de ser mejor
porque la voz del alma es la medida del corazón
cuando los pueblos cantan con el venero de la pasión.
Como quisiéramos que gente consciente, cercana e involucrada en el proceso revolucionario venezolano, saliera en defensa de los valores natos del merengue venezolano, aquel que ya sumaba su rítmica y mascarada en las danzas criollas de Federico Vollmer en el siglo XIX y que adquirió categoría citadina en los años 30 con el merengue El Porfiao de Alberto Muñoz, un modelo a seguir por su cadencia y rítmicas justas y ratificada por el magnífico merengue Barlovento del maestro Eduardo Serrano a finales de la década del 30, hoy patrimonio espiritual de Venezuela.
Defender al merengue caraqueño es un acto de soberanía cultural, la necesaria para formar conciencia sobre los valores permanentes de la Patria, si es que queremos Patria como una forma de vida espiritual imperecedera.
Redacción: Rafael Salazar / Madrid, 22 de mayo de 2022
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