Este pasaje final del Evangelio de Juan (considerado un epílogo o apéndice) se sitúa después de la aparición de Jesús resucitado en el Mar de Tiberíades, donde ha restaurado a Pedro. La escena nos ofrece un íntimo diálogo entre Jesús y Pedro, en presencia del «discípulo a quien Jesús amaba» (tradicionalmente identificado como Juan), y culmina con una reflexión sobre la autoría y la exhaustividad del evangelio.
Juan 21, 20-25 es un epílogo que cierra el evangelio con broche de oro. Reafirma la autoridad de Pedro, pero también subraya la vocación única e individual de cada discípulo. La interacción entre Pedro y Juan simboliza la diversidad de roles y destinos dentro de la Iglesia, todos bajo la soberanía de Cristo. Finalmente, el pasaje valida la autoría del evangelio y su veracidad, al mismo tiempo que nos recuerda la inmensidad inabarcable de la persona y obra de Jesús, invitándonos a una relación que va más allá de lo meramente textual. Es un llamado a seguir a Jesús personalmente, sin distracciones ni comparaciones, confiando en el plan que tiene para cada uno.
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