Cada 8 de septiembre, el fervor y la devoción se desbordan en el oriente de Venezuela, tejiendo una red de fe que tiene como epicentro a la Virgen del Valle. La patrona del oriente y de los pescadores, no es solo una figura religiosa; es un símbolo de identidad, un faro de esperanza y un pilar cultural que se ha transmitido de generación en generación.
La celebración, que comienza mucho antes del día central, convierte a la isla de Margarita en un punto de peregrinación masiva. Miles de fieles de todo el país, pero especialmente de los estados orientales como Sucre, Anzoátegui, Bolívar y Monagas, viajan por aire y mar para rendir tributo a su protectora. La fe es palpable en cada rincón: los barcos pesqueros se visten de gala, adornados con flores y cintas, mientras los pescadores le agradecen por las cosechas del mar y le ruegan por un retorno seguro.
El corazón de la festividad late en el Campo Eucarístico de El Valle del Espíritu Santo. Desde la madrugada, los devotos se congregan, a menudo a pie, para la misa solemne. El silencio inicial de la espera se rompe con los cantos, las oraciones y los gritos de «¡Viva la Virgen del Valle!«, que resuenan con emoción. Es un espacio donde las lágrimas de gratitud y las súplicas se mezclan, donde se renuevan promesas y se implora por milagros. Los mantos de la Virgen, elaborados con devoción cada año, son una muestra tangible del amor de sus fieles.
Pero la devoción por la Virgen del Valle trasciende lo meramente religioso. Su figura está intrínsecamente ligada a la cultura oriental. Los músicos le dedican canciones, los poetas le escriben versos y los artesanos la inmortalizan en tallas de madera y conchas marinas. La historia de sus milagros y su protección ante las tormentas son parte del folclore popular, narrado en cuentos y leyendas que se cuentan al calor de un café en los pueblos costeros.
En un mundo de incertidumbre, la devoción a la Virgen del Valle representa una conexión con las raíces, una manifestación de fe inquebrantable y un recordatorio de que, a pesar de las adversidades, siempre hay un manto protector. Su imagen no solo se encuentra en las iglesias, sino en los altares de las casas, en las cabinas de los barcos y en los corazones de millones que la llevan como una brújula en su camino. El fervor por la «Virgen marinera» es, sin duda, un testimonio vivo de que la fe es una fuerza que une a un pueblo.
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