El 21 de octubre de 2016, la Gaceta Oficial n.º 41.012 consagró lo que el corazón popular ya sabía desde hace siglos: el Baile de las Burras y Burriquitas Tradicionales de Venezuela es Patrimonio Cultural de la Nación. Esta declaración no solo honra una danza festiva, sino que reconoce una expresión viva de identidad, resistencia y alegría que ha galopado por generaciones en plazas, calles y corazones.
Más que un baile: teatro, música y artesanía
La Burriquita es una figura híbrida, mitad danza, mitad personaje, que encarna la picardía, el humor y la creatividad del pueblo. El traje —hecho a mano por sus propios cultores— simula una burra con cuerpo de tela, patas falsas y cabeza adornada, mientras el bailarín se convierte en jinete y animal a la vez. Es teatro callejero, es tambor afrodescendiente, es danza mestiza, es carnaval y es Navidad. Es, como dijo el cultor Marcos Montesinos, “artesanía, teatro, baile y música” en un solo cuerpo.
La Burriquita: trote insular con alma propia
En la isla de Margarita y Coche, esta tradición tiene un sabor especial. Aquí, la Burriquita no solo baila: conversa con el pueblo, improvisa versos, bendice a los niños y se convierte en símbolo de fiesta y fe. En todos los municipios del estado Nueva Esparta, las Burriquitas insulares, Margarita y Coche, se visten con telas floridas, sombreros de palma y cintas multicolores, y su andar es acompañado por gaitas, décimas y tambores.
En muchas fiestas patronales, la Burriquita aparece como figura protectora y alegre, danzando entre promeseros y devotos, recordando que la fe también se celebra con risa y movimiento.
Memoria viva, trote eterno
La declaratoria de 2016 reunió a más de 600 cultores en Caracas, en una fiesta que recorrió el bulevar del Panteón Nacional hasta el Foro Libertador. Pero cada vez que una Burriquita baila en Margarita o Coche, esa declaratoria se renueva. Porque este patrimonio no vive en papeles, sino en el alma de quienes lo encarnan.
Hoy, al recordar esta fecha, celebramos a los cultores que han mantenido viva esta tradición, a los niños que se visten de Burriquitas en las escuelas, a los abuelos que enseñan los pasos, y a la isla que trota con alegría, identidad y memoria.
Texto y Recopilación: Fortunato Rojas
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