El 10 de noviembre se ha inscrito en el calendario margariteño con una marca imborrable: el recuerdo de la tragedia de Las Giles. Aunque han pasado 37 años desde aquel fatídico día de 1988, la explosión de una gandola cargada de gas licuado en esta transitada vía del municipio Tubores no solo dejó doce víctimas mortales, sino que cambió para siempre el paisaje emocional y urbano de la zona.
Aquel suceso no fue solo un accidente de tránsito; fue una catástrofe que demostró la fragilidad de la vida ante la fuerza desatada de un elemento inflamable.
El Día que el Fuego Cambió la Historia
Corría el año 1988. La isla de Margarita vivía un momento de crecimiento y efervescencia comercial. Sin embargo, la rutina se rompió violentamente en Las Giles.
Según los reportes de la época, un choque —cuyas causas exactas se perdieron en el fragor del incendio— provocó la ruptura y la consecuente explosión de una gandola que transportaba gas. El impacto y la ignición fueron instantáneos y devastadores.
Las llamas se elevaron a gran altura, consumiendo vehículos, infraestructura y, lo más trágico, vidas humanas. La onda expansiva y el calor extremo convirtieron la zona en un infierno.
La prensa de entonces relató el caos: el pánico de los vecinos, la movilización desesperada de bomberos y cuerpos de seguridad, y el silencio sobrecogedor que siguió al estruendo inicial.
Doce Vidas Perdidas y Pérdidas Incalculables
El saldo oficial de doce víctimas fatales fue un golpe demoledor para la pequeña geografía insular. Familias enteras quedaron truncadas, y la comunidad se vio obligada a enfrentar el luto colectivo.
Pero más allá de las pérdidas humanas, el término «pérdidas incalculables» que a menudo acompaña la descripción de esta tragedia no solo se refiere a la destrucción material de viviendas y comercios cercanos. Se refiere, sobre todo, al daño emocional profundo: al miedo que quedó implantado en la memoria colectiva y a la conciencia de vulnerabilidad ante el paso constante de transporte pesado por zonas residenciales.
Lecciones de la Catástrofe
La tragedia de Las Giles se convirtió en un amargo recordatorio de la necesidad urgente de regulaciones estrictas para el transporte de materiales peligrosos y una mejor planificación urbana.
Hoy, la avenida Juan Bautista Arismendi, sigue siendo un punto de tránsito esencial en la isla, y aunque los protocolos de seguridad han evolucionado desde 1988, para los residentes más antiguos y para los cronistas de la región, el paso por Las Giles sigue siendo un ejercicio de memoria y respeto por las doce vidas que se apagaron aquel fatídico 10 de noviembre, dejando una cicatriz que la isla de Margarita lleva con resignación y recuerdo.
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