Hoy, hijo mío, celebramos tus primeros 10 años, una década que ha transformado la vida en un reflejo de sueños cumplidos y bendiciones divinas. Desde niño me preguntaba cómo sería mi hijo, una pregunta inocente y temprana para alguien que apenas empezaba a imaginar la magnitud de la palabra «padre». Desde esa infancia comencé a moldear mis pensamientos, buscando caminos que despejaran la senda que un día recorrerías con firmeza y esperanza.
Mis raíces, tejidas en una familia de educadores, iluminaron este sendero. Tías abuelas, guardianas de una institución que formó a las primeras maestras normalistas de Venezuela, dejaron una huella imborrable. Entre ellas, tu abuela Maigualida Castrillo, quien con orgullo integró las promociones de maestras normalistas de la Escuela Normal Gran Colombia, en Caracas. De este legado brotó la inspiración que me enseñó que educar no es solo transmitir conocimiento, sino guiar la construcción de sueños.
Mi amor por la música trazó rutas paralelas. Entre acordes y melodías entendí que no todo músico es pedagogo, y descubrí la importancia de crear métodos que transformaran la pasión en una herramienta para educar con propósito. Así, entre notas y partituras, fui moldeando mi camino, a veces a duras penas, porque la juventud y el ritmo de la vida distraen, y solo la paciencia divina nos muestra la senda correcta.
Hoy, a mis 42 años, de los cuales 16 han sido dedicados al templo del conocimiento, al crecimiento personal y familiar que llamamos Otilca, puedo decir con certeza que la misión se enriquece contigo. Este espacio no es solo un lugar, sino un refugio donde comenzaste a ver el mundo, a caminar, a hablar, a leer música antes que palabras. Allí descubriste sonidos, pasión por el fútbol y el ajedrez, y forjaste amistades que serán compañeros de vida. Allí aprendiste que el juego y la curiosidad son la esencia de la infancia.
Agradezco profundamente a Dios, quien en su generosidad unió dos almas soñadoras: Nathalia Andrea Quintero y este hombre que hoy te habla. Con el apoyo de Terry y Daniel, que se convirtieron en mis primeros hijos y son tus hermanos mayores, nos preparamos para ser tus padres, mi más grande regalo.
En este estilo de vida, basado en el amor, mi gratitud se extiende a todos los que han creído, compartido y crecido junto a nuestra familia. Hijo, ser tu padre es un honor que trasciende las palabras. En nombre de nuestros antecesores y de mi propio corazón, te digo gracias, gracias por ser nuestro Samuel Abraham. Feliz cumpleaños número 10.
Texto: Samuel González Castrillo
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