En el ocaso de su vida y en el umbral de la disolución de su obra más preciada, la Gran Colombia, Simón Bolívar dictó el 10 de diciembre de 1830 su documento más conmovedor y profético: la Última Proclama del Libertador. Más que una declaración política, fue un testamento moral, una súplica desesperada por la unidad y una amarga reflexión sobre la ingratitud y la ceguera de las facciones.
El Contexto de la Desesperación
Para el 10 de diciembre de 1830, el panorama para Bolívar era desolador. La Gran Colombia, soñada como una nación continental libre y fuerte, se desmoronaba. Venezuela, su patria natal, había proclamado la separación. Ecuador (Quito) y la Nueva Granada (Colombia) seguían caminos inciertos, desgarrados por luchas internas y el surgimiento de caudillismos.
Enfermo de tuberculosis, exhausto por las traiciones y exiliado voluntariamente del poder, Bolívar se refugió en la Hacienda San Pedro Alejandrino, en Santa Marta. Consciente de que la muerte era inminente —fallecería apenas ocho días después—, y tras haber dictado su testamento ese mismo día, sintió la imperiosa necesidad de dejar un último mensaje a los pueblos que había liberado.
La Acusación y el Perdón
La Proclama es breve, pero su contenido es denso y dramático. El Libertador comienza reivindicando la pureza de sus intenciones y la magnitud de su sacrificio:
«¡Colombianos! Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad.«
Acto seguido, aborda la dolorosa realidad de su caída en desgracia, lanzando una acusación directa a quienes minaron su prestigio y su trabajo, pero cerrando con un acto supremo de clemencia:
«Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.«
El Último Ruego: La Consolidación de Colombia
El corazón de la Proclama, y la esencia de su legado, es la obsesión por la Unión. Bolívar, al borde de la muerte, no pide honores personales ni venganza; su único y final deseo es la supervivencia de su creación:
«Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía, los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo, y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.»
El Silencio y la Trascendencia
La frase final de la Proclama es una de las más citadas y conmovedoras de la historia americana, una muestra de su visión más allá de su propia vida:
«¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.«
Con estas palabras, Simón Bolívar no solo se despidió de la vida terrenal, sino que también lanzó una advertencia atemporal sobre el peligro de las facciones internas y la anarquía. La Última Proclama, publicada en la imprenta de Cartagena días después de su firma, se convirtió en el epitafio político de El Libertador y un faro constante que, dos siglos después, sigue llamando a la conciencia de los pueblos que forjó.
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