Este breve pero profundo pasaje del Evangelio según San Marcos 10, 13-16, nos ofrece una ventana reveladora al corazón de Jesús y a la naturaleza del Reino de Dios que él proclama.
Es un llamado a la conversión del corazón, a despojarnos de la arrogancia y la autosuficiencia para recibir el Reino de Dios con la humildad, la confianza y la sencillez de un niño. Nos invita a reflexionar sobre nuestras propias actitudes hacia los demás, especialmente hacia los más pequeños e indefensos, y a emular la acogida radical y el amor incondicional de Jesús.
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