HUELLAS Y PRESENCIAS INSULARES: LA ASUNCIÓN, DONDE HABITA PARTE DE NUESTRA IDENTIDAD

Encontrarse en La Asunción es tropezar con la historia, es como si el tiempo se hubiese detenido en este hermoso paraje de nuestra isla de Margarita, y como dice la escritora francesa Jacqueline Worms de Romilly “Nadie puede vivir sin recordar y nadie puede vivir tampoco sin los recuerdos de la historia (…) la historia está allí orientando nuestros juicios a cada instante, formando nuestra identidad, determinando la fuente y toma de conciencia de nuestros valores”, reafirma así, el sentido de cercanía con las huellas indelebles de un pasado glorioso, de un tiempo retrospectivo que con solo sentarse en un banco de su Plaza Bolívar para observar la imponente catedral, nos transporta en la brisa fresca, para acercamos a la heroicidad, a la valentía y el arrojo, de aquellos hombres y mujeres, que impregnaron de sudor, sangre y lágrimas la geografía asuntina, en aras de lograr nuestra libertad, La Asunción es en sí un santuario donde conviven gran parte de las raíces históricas y culturales de nuestra identidad.

Para Efraín Subero: “¡Qué bellas cosas dice la memoria! Uno queda en silencio, como siempre se queda esta ciudad —comarca de aconteceres silenciosos— y la palabra va den¬tro de uno mismo y por su cuenta, diciendo su palabra… y créanme cuando digo que La Asunción es una ciudad para quedarse callado, bien sea por exceso de palabras o por exceso de silencio. La Asunción es la única ciudad donde uno tendría que decir tablas en la pelea sin sangre de la palabra y el silencio. Porque si bien es cierto que como hago yo ahora, uno se pone a decir cosas, hay un momento cuando uno se describe de silencio. Un momento sagrado, cuando se hace sagrado lo que toca, cuando se hace sagrado lo que dice, un momento sagrado. Y uno no va diciendo, y uno se va callando, uno mismo se pone el dedo entre los labios, y hace su silencio, y se queda, en silencio… entonces el hombre se hace un ente sagrado y construye su iglesia, erige su santuario, y habiendo hombre y santuario hay palabra, y silencio. Digo, pues, que La Asunción es una ciudad de aconteceres silenciosos…”

El maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, hijo predilecto de La Asunción, la describe así: “Me vienen los recuerdos y no puedo evitarlos y para que no se mueran junto conmigo quiero dejarlos transitar en esta noche por encima de las cabezas de la gente que en esta tierra me escuchan y que en esta tierra me aman. Enclavado El Valle dentro de sus cuatro colinas fundamentales: Al Norte Cerro Colorado, al Sur Número Uno y Número Dos; al Este Matasiete, de las piedras gloriosas para derrotar tiranos y al Oeste El Copey, con sus colinas de Mata-Hambre y Muere Sol… Muere-Sol en el Oeste, y su cerro de La Libertad y su Carama, y su Peña Negra y su Peña Blanca, correrías del muchacho que iba en busca de la fruta campesina con un grupo de amigos, que en la infancia fueron los compañeros inseparables y que ya en la adultez de la vida fueron creciendo conmigo en aspiraciones y en deseos…”

Con respecto al inicio de su poblamiento, Heraclio Narváez Alfonzo escribe: “Surgen entonces nuevos pueblos… La Asunción aparece después. Se tiene gran cuidado y esmero en situaría en lugar estratégico: de fáciles aprovisionamiento y defensa. Se trata de la obra maestra: es la primera ciudad de la Isla. En cuanto a su fundador, mejor dicho su capitán poblador -porque la fundación requiere el cumplimiento de determinados requisitos- una Justificación de testigos, promovida en Cumaná el 3 de abril de 1608, arroja datos interesantes. El Capitán Juan Fernández, de más de ochenta años de edad entonces, se refiere a los méritos del Capitán Pedro González Cervantes de Albornoz, “estimado y rrespetado noble Hijodalgo”. Dice como este “con gran ánimo y diligencias”, después del asalto de Lope de Aguirre, hizo juntar la gente que se había pasado a tierra firme y la que había huido a los montes de la Isla, y con ella “pobló La ciudad. En la parte y lugar que oy estta que se llamava Santa Lucía el cirio y dejaron Po. de la mar que dho tirano había tomado y saqueado”. También en una Certificación expedida por el Capitán General de la ciudad de Cumaná y su Provincia de la Nueva Andalucía, 23 de octubre de 1612, se asienta que consta que el Capitán Pedro González Cervantes de Albornoz, “con gente que traía En su compañía a su costo y minción aber poblado La ciud de la asunsson de la ysla margta”

Mario Salazar, la describe con su agraciada prosa: “Por la abertura del este, que es una incisión en el sistema montañoso que cobija el valle, llega la brisa del mar trayendo sus hálitos salobres para el almibaramiento de las frutas olorosas… Y por ahí se escucha el trueno del mar como una remota canción de cuna en un duermevela de eternidad. En el ambiente semicolonial de la benemérita ciudad de La Asunción aún perdura la tradición del antiguo señorío, y se goza en su regazo de una proverbial cordialidad. El aspecto humano que se observa en la sencillez e hidalguía de sus gentes, encuentra marco adecuado en la visión bucólica de su paisaje y en la placidez que fluye de todos sus rincones. La ciudad, ungida de historia, es propicia para las saudades. Hay sabor de remembranzas bajo los ramajes espesos o a la sombra de los cocales. Hasta los árboles centenarios que desde El Copey marcan la trayectoria del riachuelo, acaso estén añorando los buenos tiempos idos, cuando la montaña podía ser generosa y en la clara corriente solían mirarse las estrellas. Para velar el sueño de La Asunción se empina el cerro de Matasiete, escenario de la épica hazaña de Francisco Esteban Gómez, el espartano de la estrategia”

Que el sonido de las campanas, no interrumpan nada más su sempiterno silencio, sino que sea el latido perenne e inquebrantable, que constantemente nos convoque a la reflexión del valor y la cuantía de La Ciudad en la identidad Neoespartana… que así sea.

(Tomado de Verni Salazar en SOL CULTURAL, III Etapa N° 4, agosto 2015)

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