El inicio del modernismo audio-visual, en Tacarigua – Corazón de Jesús, comenzó en el año 1947 cuando Ernesto Ordaz González adquirió un radio RCA Victor, el cual tenía como logo a un perrito, lo colocaba en el corredor de su casa, lo prendía y la gente, ávida de noticias y con ganas de contemplar y oir, en vivo las noticias y novelas, pagaba un centavo para estar una hora oyendo ese aparato; este perrito era de raza fox-terrier, blanco y de orejas negras llamado Nipper y su extraña actitud, al estar al lado de esa gramófono se debía a que su nuevo dueño, colocaba unos cilindros, con la voz de su hermano fallecido y, Nipper, al oir esa voz, de su dueño anterior, se colocaba frente al aparato esperando la aparición de su amo……. luego de más de 70 años de esos eventos rutinarios, recordamos que la gente, pagaba y al salir a sus casas, decía que venían de oir al “perrito que habla” recordando al Nipper del radio receptor. Era increíble para ellos, que un aparato, con un perrito dibujado en el frente del mismo, pudiese “transmitir” esas noticias
La proyección de películas, en blanco y negro y con lo que se denominó cine mudo, comenzó en Tacarigua – Corazón de Jesús, en el año 1948, de la mano de Domingo Lista en la casa de la señora Licha Ruiz, al lado de la casa de José de los Santos Gil, frente a la bodega de Chabolo, por lo cual se pagaba un centavo y se sentaban en bloques y silletas a contemplar las mismas. Posteriormente, en el año 1951, al regresar de El Tigre, Ismael Ordaz, fundó el Bar y Cine Tropical con un proyector que adquirió en tierra firme y luego de contactos realizados con el Distribuidor de rollos para la Isla de Margarita; eran tiempos de recogerse temprano por cuanto la planta eléctrica del pueblo apagaba su motor cerca de las 9:00 de la noche; tiempo de rezar y guindar los chinchorros, colgar las hamacas y abrir el catre. Recuerdan las mentes prodigiosas de Vicente Larez y Jesús Gil Millán que la primera película que se exhibió, fue una serie denominada La Isla Misteriosa y a ella, siguieron Jim de la Selva y el Tarzán que recordamos de Jhonny Weissmuller. Las entradas se vendían en la parte exterior del Bar, en la única ventana que existía y de las otras dos puertas, cerraban la que lindaba con Victoria Ordaz y la gente entraba por otra puerta de la izquierda. Con el tiempo, construyeron un portoncito de madera que separaba el cine con el bar y allí se colocaba Genaro Malaver, suegro de Ismael, a recibir los tickets de entrada, los cuales eran vendidos por Jesús Gil Millán y Elia Malaver, esposa del dueño e hija de Genaro.
Las personas que entraban gratis eran aquellos que se encargaban de llevar y traer los cartelones anunciando la función, con sus varios colores y las letras de Pablito Romero, Tilo Larez y Luis Rivero, en su primera etapa; uno de esos carga-cartelones que entraba gratis era Vicente Lárez quien estaba obligado a llevarlo a la Prefectura y recogerlo a las 6 de la tarde….Vicente lo llevaba y por cuestiones de comodidad o flojera, lo buscaba a las 3 de la tarde y lo escondía en su casa y a las 6, lo tomaba y lo llevaba al Cine para obtener su entrada gratis.
Ismael Ordaz Lárez, dueño del Bar y Cine Tropical, viendo que a veces el Proyector tenía problemas de encendido y de arranque lo cual demoraba el inicio de las funciones y las personas se inquietaban, decidió, en uno de esos viajes que hizo a tierra firme con Andrés Hernández Murguey, comprar un Proyector nuevo, con más capacidad y resolución y que estuviese al alcance de la mano para no demorar las proyecciones…….y empezaron a llegar los rollos de películas, con su duración de 80 ó 90 minutos, en número de 8 o 9 o 10 y Pablito Romero comenzaba su tarea de empatarlos de tres en tres, lo cual hacía que las luces se encendieran hasta 3 veces, mientras, sacaban el rollo viejo y colocaban el nuevo y la gente se paraba, estiraba los brazos e iba al Bar, que quedaba en la parte delantera del local, a comprar su chicha, su cerveza negra, su Pancho achocolatado o a comprarle a Martina Mata sus envoltorios de maní, al grito de “Maní, maní caliente, para las viejas que no tienen diente” y se volvían a apagar las luces y salíamos corriendo a ocupar nuestros puestos en una fila que tenía 10 bancos pegados, unas de otras. Existían también las butacas y las sillas con otros precios
Pablito, al principio, tenía como ayudantes, unas veces a Jesús Gil Millán, otras a Estílito Larez o su hermano Alfredo, quien lo ayudaba, en forma esporádica; cada vez que llegaban las películas, un señor de San Sebastián, las revisaba para ver si estaban propensas a reventarse e inmediatamente, las reparaba con acetona recibiendo como compensación, una entrada gratis al cine. Luego que ese control de calidad se terminaba, venía la tarea de apretar el rollo y dejarlo listo para la noche; tomando en consideración que, el distribuidor de esas cintas visitaba a Ismael, a primeras horas de la mañana y tenía que entregar los rollos bien armados y ordenados, Pablito y sus ayudantes, entre ellos Emil Salazar Romero, su sobrino y Joaquín Rivero Nuñez, hacían esta tarea al concluir la función. El reemplazo de Pablito como Operador del Cine fue Emil Salazar Romero, quien duró en sus funciones unos 13 años ayudado por Joaquín Rivero Nuñez; este Operador y su Ayudante también se encargaban, con Che Agustín Mata, tiempo después, de pintar los cartelones donde se anunciaba el nombre de la película y los protagonistas todo eso acompañado de las palabras Acción, Puños, Tiros, la hora de inicio, en colores negros, rojos y verdes y el consiguiente Te esperamos. Esos tres cartelones que se mencionan se colocaban, uno en la casa de María Tango, frente al Bar La Estrella Roja en el sector San Sebastián, otro en la Prefectura en Los Andes y la última se dejaba en las afueras del propio Bar y Cine Tropical.
Tiempo después, a mediados de los sesenta, el costo de la entrada era de Bs 0,25, es decir un mediecito para los bancos y de un real para las butacas y sillas, en un espacio que llamaban Preferencia y las vendedoras eran Isaura y La Negra, hijas de Ismael, quienes se turnaban en sus labores; los llenos mas grandes eran viernes, sábado y domingo; al comprador le daban un ticket el cual entregaba en la entrada del Cine a los porteros quienes eran, entre otros, Moro, el de Eleuteria, Joaquín, el de Isabelita y Che Agustín, el de Toña y ocurría, de acuerdo con la viveza criolla, que, los medios tickets que se quedaban en manos de los asistentes, eran unidos con pega para estar disponibles en la próxima función. Era muy común en el pueblo, ver como Luis Aparicio Quijada, conocido como Cocho, el de Licha, se montaba, en las ramas de un árbol llamado Tagua, el cual se encontraba frente a la Iglesia, llevaba su silla y a cuatro metros de altura, disfrutaba de su película, con el riesgo de “efaratarse” sus huesos si se caía al suelo
Son incontables las anécdotas del Bar y Cine Tropical entre ellas, la que protagonizó José Dionisio, bisabuelo de Felito Gil, quien asistió a una función el martes y vio como mataron a Miguel López Moctezuma, el actor y el sábado, al comenzar la película, volvió a ver al mismo actor, se levantó de su asiento y dijo: “ Los dueños son unos ladrones porque a ese tipo lo mataron el martes, yo me voy de aqui”…..la proyección de las películas se hacían en una pared situada al fondo del Cine, lo cual hizo exclamar a Juan Eustaquio Ordaz: “Bien habrá muertos en ese corral de Ismael” o Cocho, el de Licha que vio a Miguel Aceves Mejias, bien afeitado y peinado con su mechón blanco en el pelo y dijo, desde la mata de Tagua: ”ay dios mio, bien provoca bajarse uno los pantalones cuando ve ese tipo tan buenmozo”
El Bar y Cine Tropical dejó de exhibir películas a finales de los años sesenta porque la máquina de proyectar se tornó obsoleta y los repuestos no se conseguían, los operadores tomaron otros rumbos fuera de la isla, las películas escasearon, las vendedoras se casaron y se marcharon a otros pueblos e Ismael se comenzaba a sentir cansado ……por cierto, Elizabeth, la Negra, una de las vendedoras de tickets, fue mi esposa y nunca me regaló una entrada al cine.
Ahí está la historia de la mano de Emil Salazar, Vicente Larez y Jesús Gil Millán quienes nos dieron nociones específicas sobre la operación del cine y se convirtieron en fuentes de esta crónica de la Tacarigua de ayer.
Texto y Recopilación: Domingo Carrasquero
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