En su estancia en New York el Dr. José Gregorio Hernández se hospedó en un hotel cercano a los muelles, de muy buena apariencia, pero fichado por la policía como de muy pésima reputación.
Cuando la policía se dio cuenta de donde se había metido aquel científico sin saberlo, se personó en el Consulado de Venezuela para informar que un doctor venezolano se había hospedado en el citado hotel, con peligro para su vida y para su bolsillo. Ya se había corrido la voz entre los “ladrones” que merodeaban por el hotel que el Doctor cargaba en los bolsillos una cartera llena de billetes, corriendo el riesgo de que sus mismos compañeros de hotel lo desvalijaran cuando menos se diera cuenta.
El Vice- Cónsul, Nicolás Veloz, en persona se presentó inmediatamente en el hotel, y le expuso a Hernández los informes de la policía. Él lo oyó sonriendo y sin participar del nerviosismo justificado del Vice- Cónsul. —Tranquilícese— le contestó sonriendo— yo soy hombre para cualquiera de esos bandidos… Y no quiso mudarse del hotel, para que nadie le pudiera tachar de miedoso.
El Vice- Cónsul, queriendo apartar al querido compatriota de una desgracia prevista, avisó inmediatamente a Santos Aníbal Dominici, que entonces era Ministro de Venezuela en Washington. Inmediatamente Dominici, le mandó una invitación para que fuera a pasar unos días con él en dicha ciudad. Fue la única manera que hizo salir al Doctor Hernández de ese lugar.
Recopilación: Argenis Heredia
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