Argos, Pipo y Millo

Antes de la vida, mucho antes de Eva y Adán y de su condición de pecadores; la Tacarigua de Margarita fue como la Ítaca de Homero. Había en esta Tacarigua de la que Homero quedó luego prendido, muchos Ulises. La agricultura era su fuente de riqueza y en esta Tacarigua todos andaba bien. No había Producto Interno Bruto (PIB), pues el producto de la siembra era de gente muy inteligente.

Llegó luego del portachuelo pa´bajo un duro tiempo de sequía y todo aquello se derrumbó. Muchos Ulises agricultores salieron y entre ellos, se vio a Millo partir con un saco en el hombro.

Millo vivía a cuerpo de rey y de los que producían sus fundos. Era feliz entre sus matas de ixoras, de dátiles, su gran mata de mango con la cual mantenía frecuentemente diálogos filosóficos, Pipo, sus gaticas y los tropeles de las guacharacas. Su lar era un paraíso.

Salió Millo de Tacarigüita y nadie más supo de él. Pipo, su perro, se lo pasaba todo el día dando vueltas por los fundos que en otros tiempos fueron de Millo. Por horas, Pipo permanecía bajo las sombras de la mata de mango, pero ya las fuerzas le faltaban y no quería irse de este mundo sin ver al Millo que tanto afectos le dio.

Un día entró a Tacarugüita un señor con aspecto de mendigo y los que antes fueron sus amigos, no logran reconocerlo. Millo se deja ver por las calles y nadie logra reconocerlo. Ni se percataron, que sobre sus hombros, así como se fue, llevaba un saco con un tejido muy fino, pero que por su aspecto de mendigo, todos evitaban verlo.

Un día estuvo merodeando por la casa del turpial, el pollo y un tal Dimas lárez, pero por más que Millo estuvo parado un largo rato al frente de estas tres viviendas, no llegaron a reconocerlo.

Estuvo varias horas caminado frente a su viaja casa y María que regaba las matas de Ixoras, ni cuenta se dio. Pipo, en unos de los momentos que Millo se andaba todo sucio y con la ropa rota por Tacarigüita, tuvo su olor. Pipo se encontraba bajo la mata de mango, alza su cabecita y afina su hocico. Cómo pudo, levantó y estiró su cabecita como buscando que el aire le devolviera la señal que había captado. ¿Es Millo? ¿Será que el hijo er diablo regresó?

Trata de caminar, pero con su visión muy disminuida, Pipo tropezó con un montón de mango que todos los días recogía, esperando por su amigo. Alzó nuevamente su cabecita y sintió que su amigo estaba en Tacarigüita y como pudo, comienza a caminar hasta la calle donde una vez compartió con Millo gratos momentos.

Al ver el mendigo, Pipo apuró el paso y entre tropezones con aceras y huecos, llegó junto al mendigo, que era Millo y después de lamerlo por un largo rato se echó y luego partió a otro plano. Millo le estuvo acariciando, pero se fue dando cuenta que la “humanidad” de Pipo había perdido calor y una lágrima bajo por su mejilla y le apretó una de sus paticas.

Homero, muchos años después y un viaje que hizo a Margarita, oyó esta historia en la voz de Melitón y la plasmó en su Odisea y en vez de Pipo, colocó a su perro Argos.

Texto: Evaristo Marcano Marín

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