En treinta años, un programa ha conseguido triplicar la población de la cotorra margariteña y asegurar el nacimiento de 126 pichones que hoy están listos para alzar vuelo.
Durante años, la arena fue el principal enemigo de la población de cotorras margariteñas o cabeciamarillas que habita en la Península de Macanao, en la Isla de Margarita.
Como si no fuera suficiente ser la única especie del género Amazona que ha logrado adaptarse a un ambiente desértico, esta ave ha tenido que lidiar con la invasión de su hábitat por un grupo de empresas ávidas de extraer arena para la lucrativa industria de la construcción.
Para tener la fotografía más clara, hay que precisar que la isla Margarita está conformada por dos penínsulas unidas por un delgado istmo. De la costa occidental de la isla se saca arena para abastecer a la parte oriental, ahí donde se han levantado hoteles, complejos urbanos y centros comerciales.
El problema es que la apreciada arena se extrae de los bosques desérticos en los que anida, se reproduce y alimenta la cotorra margariteña, especie conocida por la ciencia como Amazona barbadensis y que figura como Vulnerable en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Frente a este escenario, un grupo de científicos decidió combatir las amenazas al hábitat de esta ave para salvarla de la extinción. En el camino no solo tuvieron que lidiar con la extracción de arena, sino con un problema mucho mayor: los cazadores furtivos, algunos de las mismas poblaciones locales, dispuestos a robarse los pichones de los nidos para el comercio de mascotas.
Treinta años después, el resultado del esfuerzo desplegado para proteger el principal centro de anidación de la cotorra y de concientizar a las empresas y comunidades de conservar a esta especie es contundente: la población de esta ave bordea las 1700 en la península de Macanao, tres veces más de los ejemplares registrados en 1989 cuando el proyecto comenzó.
¿Cómo lograron los científicos proteger a esta población de cotorras margariteñas?
La Isla de Margarita está ubicada en el insular estado de Nueva Esparta en Venezuela y es el hogar de una de las últimas seis poblaciones de la cotorra margariteña.
Cuando los científicos de la ONG Provita supieron que una de estas poblaciones, la que habita en la península de Macanao, estaba bajo seria amenaza, diseñaron un plan para atender el problema.
Empezaron por enfrentar el peligro que representaba para el hogar de esta colorida ave la extracción de arena, una actividad desarrollada, en algunos casos, en lugares tan sensibles como los puntos de anidación de la especie.
La quebrada La Chica era uno de los espacios clave por la cantidad de nidos identificados, pero el problema entonces era que estaba dentro de la propiedad de la empresa arenera Hato San Francisco. Los científicos buscaron entonces establecer una alianza con la empresa para conservar 700 hectáreas de bosque seco para estas aves. Y lo consiguieron.
Tras aislar el área de anidación, los científicos empezaron a trabajar en la recuperación del bosque afectado por las actividades de extracción de arena. La ventaja de que fuera arena y no oro o coltán el foco del negocio, es que no tenían que lidiar con la restauración de suelos contaminados o degradados.
“Hay que decir que no fue fácil porque requirió de un gran trabajo de planificación, coordinación y gestión por parte del equipo local”, explica Alejandro Díaz Petit, gerente del proyecto impulsado por Provita. El trabajo de restauración ecológica, que empezó hace 10 años y que en el 2018 logró sembrar 2000 árboles en las quebradas, fue posible mediante la instalación de ocho viveros comunitarios, detalla José Manuel Briceño, subcoordinador de Provita en Nueva Esparta y coordinador del proyecto de la cotorra margariteña.
Entonces, con la ayuda de las investigadoras Laurie Fajardo y Milagros Lovera del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), se empezó a trabajar en el enriquecimiento de los suelos con microrrizas —una simbiosis entre hongos y raíces de plantas— para luego plantar árboles de importancia ecológica para el hábitat de la cotorra, como el guayacán y el palo sano.
Fue así como los árboles volvieron a poblar un espacio que antes de la intervención lucía desértico. Se plantaron 2000 árboles en 11 mil metros cuadrados de las quebradas, todo con el fin de propagar las semillas de las especies.
Díaz Petit detalla el foco actual del proyecto. “Compramos una finca en Chacaracual y estamos georreferenciando los nidos para establecer un programa de protección, pero por el momento estamos utilizando más los terrenos en La Chica perteneciente al Hato San Francisco, para proteger la mayor cantidad de nidos, dado que posee un acceso mucho más sencillo”, explica Díaz.
La meta que se han trazado este año es plantar 3000 árboles más, de otras seis especies, en un terreno de dos hectáreas.
Pero la recuperación del hábitat de la cotorra es solo una parte del proyecto. Los científicos sabían que era vital mejorar la relación de las comunidades locales con esta especie.
Un estudio sociológico encontró en 2017 que la reducción de las poblaciones de cotorra margariteña se debía, principalmente, a la captura para su uso como mascotas dentro de Macanao. “Entender eso fue el primer paso. Luego superar el extractivismo arraigado por su cultura pesquera, para enseñarles cómo mantener las poblaciones de cotorras…y cuidarlas en cautiverio”, explica el ecólogo Carlos Peláez, miembro de Provita.
Redacción: MONGABAY LATAM/https://elcomercio.pe
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