El 25 de septiembre de 1828, una noche que prometía la tranquilidad en el Palacio de San Carlos, se convirtió en el escenario de uno de los episodios más oscuros y determinantes en la vida de Simón Bolívar. La historia lo recuerda como la Conspiración Septembrina, un intento de magnicidio que, aunque fallido, dejaría una huella indeleble en el Libertador y en el destino de la Gran Colombia.
La situación política era tensa. Bolívar, en un intento de frenar la desintegración de la República, había asumido poderes dictatoriales, una decisión que no agradó a sus opositores. La facción santanderista, liderada por el vicepresidente Francisco de Paula Santander, se había erigido como la principal fuerza en contra de la figura del Libertador, defendiendo los principios del constitucionalismo. El descontento y las intrigas políticas se habían convertido en un caldo de cultivo para la violencia.
Aquel fatídico 25 de septiembre, un grupo de conjurados, en su mayoría jóvenes militares e intelectuales, se infiltró en el Palacio de San Carlos con un único objetivo: acabar con la vida de Bolívar. La casa, lejos de ser una fortaleza impenetrable, carecía de la seguridad necesaria. El ataque fue sorpresivo y violento.
Mientras los conspiradores irrumpían en la residencia, la figura de Manuela Sáenz emergió como la salvadora del Libertador. Su pronta reacción y astucia resultaron cruciales. Despertó a Bolívar al oír los ruidos, lo instó a vestirse y, en un acto de valentía, lo convenció de escapar por la ventana de su habitación, mientras ella se interponía en el camino de los asaltantes. «Yo me quedaré aquí para distraerlos«, le dijo.
Bolívar, envuelto en la oscuridad de la noche bogotana, se refugió bajo el puente de un arroyo cercano. Acompañado de su repostero, esperó a que la situación se calmara. El destino quiso que la conspiración fracasara en su objetivo principal. Los atacantes, al no encontrar a Bolívar, solo lograron asesinar a su edecán, el coronel Guillermo Ferguson, quien se encontraba en otra habitación.
Con la ayuda de las tropas leales, la situación fue controlada. El Libertador fue encontrado y escoltado de regreso a la plaza Mayor, donde una multitud lo recibió con vítores, un contraste dramático con la violencia que acababa de vivir.
Las consecuencias de la conspiración fueron inmediatas y drásticas. Bolívar, convencido de que Santander era el autor intelectual del complot, ordenó su juicio y condena a muerte. Sin embargo, en un acto de clemencia, conmutó la pena por el destierro, enviándolo a Europa. Otros implicados fueron juzgados y ejecutados.
La Conspiración Septembrina no solo fue un intento de asesinato; fue el reflejo de la profunda división que ya existía en la Gran Colombia. Para muchos historiadores, este evento marcó el punto de no retorno en la relación entre Bolívar y sus opositores, acelerando la inevitable disolución de la República y minando la salud y el espíritu del Libertador, quien moriría poco más de dos años después. Aquella noche, Bolívar se salvó, pero la Gran Colombia inició su camino hacia el final.
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