Leopoldo Espinoza Prieto: ¿Magos o Reyes?

Sólo el Evangelio de Mateo habla de los Reyes Magos, protagonistas de una de las más bellas tradiciones navideñas de la imaginación. Cuenta el evangelista que, al nacer Jesús en Belén de Judá, en tiempos del Rey Herodes, llegaron a Jerusalén unos personajes preguntando: “¿dónde está el Rey de los Judíos que acaba de nacer porque hemos visto su estrella al Oriente y venimos a adorarle?”.

La noticia del arribo de esos enigmáticos personajes puso en guardia al funesto gobernante, por eso los citó para interrogarlos y conocer los pormenores de ese nacimiento y, sobre todo, qué interpretación le daban ellos, a la estrella que le servía de señal.

El Rey les dijo que prosiguieran la búsqueda y le informaran del hallazgo para también él ir a adorar al ansiado Mesías. Los Reyes Magos se percataron de las verdaderas intenciones del ambicioso mandatario. Y después de cumplir la misión y dejar en manos de María y José el Oro, Incienso y Mirra, se marcharon por otros caminos para frustrar las pretensiones criminales de Herodes. Hasta aquí la versión histórica contada por Mateo.

Se remonta hacia el año 845 cuando se supo la identidad de los Reyes Magos; gracias a un texto no validado oficialmente por la Iglesia, conociéndose que se llamaban Gaspar, Melchor, y Baltasar.

En España, por ejemplo, no es el Niño Jesús quien se encarga de traer juguetes y otros regalos a los chicos, pues esa tarea ha sido asignada a los Reyes Magos; lo contrario ocurre en la mayoría de los países de América Latina, especialmente en Venezuela, donde el Niño Dios sigue “Echándose sobre sus hombros los pesados sacos de regalos”.

Pero los Reyes Magos de Venezuela también son generosos y ofrecen sus regalos, en una combinación de ternura y disciplina, diremos: premio y castigo, como lo recuerda la crónica de Alfredo Cortina:

LOS REYES MAGOS

La noche de Reyes, el cinco de enero, los niños ponían sus zapatos en los poyos de las ventanas para los regalos que le iban a traer los Reyes Magos y estos regalos eran muy significativos, pues los Reyes, según la tradición, los hacían de acuerdo al comportamiento del niño durante el año. Con los que habían cumplido con sus tareas escolares y portado bien, los Reyes eran muy generosos y, con aquellos cuyo comportamiento dejaba mucho que desear, les ponían carbones.

Aquel castigo que los padres, en nombre de los Tres Reyes Magos, hacían a sus hijos causaba al niño un profundo daño, pues sentían la humillación y quién sabe si en el futuro de sus vidas aquel momento iba a quedar en su subconsciente en un complejo de miedo, de inseguridad, en venganza.

En la mañana del día seis, los niños se levantaban muy temprano y corrían a la sala para ver sus regalos. Ilusión maravillosa que llenaba sus vidas de una nueva emoción y la gratitud para esos generosos personajes ideales que cada año visitan su casa.

El mismo día cinco en la noche, se colocaban en el Nacimiento las tres figuras de los Reyes portando oro, incienso y mirra. Curioso el regalo del oro para aquel que sólo predicó la humildad, el amor, la renunciación a los bienes terrenales y el perdón. Para Jesús, la riqueza no significaba más que algo transitorio, muy cerca del egoísmo y de la ambición. “Primero pasará un camello por el ojo de una aguja, que un rico entrar al Reino de los Cielos”.

Nuestro poeta Efraín Subero escribió unos versos que parecieran corroborar lo que tantas veces se ha dicho: la mejor poesía infantil no fue escrita para niños, pero ellos la hicieron suya:

POEMA DE LOS REYES MAGOS

Gaspar Niño Dios, aquí te traigo mis corderos de algodón para que corras sobre ellos hacia donde nace el sol.

Melchor

-Yo que vengo de tan lejos, de cerca yo quiero ver. quiero tocar sus cabellos quiero la estrella encender.

¡Yo he venido de muy lejos sólo por jugar con él!

Baltazar -Nada te traigo amiguito, Nada te pude traer. sólo tengo en el bolsillo lo que tú debes tener un pedacito de espejo y un trompo con su cordel. Atrapé una mariposa, y una flor se echó a llorar, se destiño el arco iris Y me dijo: – ¡Eso está mal! ¡nada te traje amiguito, pero te vine a mirar! * * * Bajo la estrella encendida yo quiero ver. quiero tocar sus cabellos quiero la estrella encender. ¡Yo he venido de muy lejos sólo por jugar con él! Baltazar -Nada te traigo amiguito, Nada te pude traer. sólo tengo en el bolsillo lo que tú debes tener un pedacito de espejo y u trompo con su cordel. Atrapé una mariposa, y una flor se echó a llorar, se destiño el arco iris Y me dijo:

– ¡Eso está mal! ¡nada te traje amiguito, pero te vine a mirar! * * * sobre el portal de Belén Tres Reyes rinden tributo a un niño, a un ángel, a un rey ¡En un palacio de paja junto a una mula y un buey!

Ahora volvemos a pedir la anuencia del lector para insertar una extensa pero muy necesaria cita. Se trata de una página del polémico libro escrito por uno de los más densos y profundos científicos sociales de la contemporaneidad venezolana, el doctor Vladimir Acosta, titulado “Los Reyes Magos, el nacimiento de Jesús y la Estrella de Belén”. Al respecto el profesor Acosta dice:

LOS REYES MAGOS Y EL NACIMIENTO DE JESUS

Los Reyes Magos son sin duda una vieja, hermosa y poética tradición cristiana, tradición que se mantiene viva en muchas partes pese a la amenaza que para ella representa la apabullante presencia navideña de ese grotesco y obeso personaje que se hace llamar Santa Claus (versión comercial anglosajona del legendario San Nicolás del antiguo cristianismo), personaje que conduce un trineo de renos cargado de costosos juguetes para niños, que vuela por los aires en ese fantástico trineo, y que se viste con un escandaloso traje escarlata revelador de su conexión originaria con la Coca Cola estadounidense.

Esa vieja tradición cristiana de los Reyes Magos la encarnan tres personajes, tres misteriosos reyes que, cualquiera sea la ciudad del mundo cristiano occidental de que se trate, llegan siempre a su destino el 6 de enero de cada año, fiesta de Epifanía, tiempo de invierno en el hemisferio norte, procedentes de un Oriente tan misterioso como ellos, los tres, vestidos con lujosas y llamativas ropas: turbantes, túnicas, largas copas y brillantes coronas, los tres montados en grandes y bien enjaezados dromedarios que se desplazan lentamente, con tal majestuosidad que parecen reyes ellos mismos.

Esos magos, que en el relato evangélico acuden a adorar al oculto Rey de Judea recién nacido y que para los cristianos es el propio Dios encarnado en un niño, ya no acuden a adorar a ningún dios ni a ningún recién nacido, sino que vienen cargados de regalos para distribuirlos generosamente a todos los niños, sobre todo a los niños pobres, los cuales acuden alborozados a recibirlos y a aclamarlos. Los nombres de los tres reyes tienen sonoridades musicales: se llaman Gaspar, Melchor y Baltasar: y encarnan las tres edades de la vida humana, porque uno es joven, el otro está en plena madurez y el tercero es ya viejo o bordea la ancianidad.

Y, además, desde hace ya mucho tiempo, tratando de que pidieran representar no solo al misterioso Oriente de que hablaban en forma confusa los europeos del medioevo cristiano sino a la humanidad toda, quedaron también asociados a los tres continentes en que se consideraba dividido el mundo en esos mismos tiempos medievales, por lo que a uno de ellos le fueron asignados rasgos- europeo, al otro rasgo asiático y al tercero – aunque algo más tarde – rasgos africanos.

Fragmentos del libro: Navidad de Aquí y de Allá (Leopoldo Espinoza Prieto)

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