Los Cachos de Marunga: ¡Cédula o pa´l calabozo!

En tiempos de muchachos éramos muy aficionados al cine y veíamos muchos tipos  de películas: vaqueras, series, de guerra, comedias y más que todo, espionaje. Cada uno sentía preferencia por algún tipo de película en particular. ¡Quién fuera detective! ¡Qué bueno sería pilotear un avión de guerra! Eran expresiones que se escuchaban cada vez que salíamos del cine.

Teníamos amigos que trabajaban en la PTJ (Policía Técnica Judicial) hoy CICPC; entre estos recordamos a José Mercedes “Meche” Gamboa; Alcides Mago, quienes luego trabajaron en líneas aéreas (¡y cómo resolvían problemas a los que no tenían cupo!); Benito Vanhosten, Roy Bottaro; Raúl Fernández, fotógrafo oficial, comandados por Mejicano, persona muy apreciada por nosotros. Existía en la calle Marcano de Porlamar, detrás del cementerio nuevo, un sector que se hacía llamar la “Zona de Tolerancia” que no era más que el sito donde funcionaban los bares donde algunas mujeres, ejerciendo la profesión más antigua de la humanidad, satisfacían las necesidades libidinosas de los hombres y de los que cumplían la mayoría de edad. Famosos fueron los bares “El Trocadero” y “La Embajada”, este último lo llamaban así, no porque se tratara de una embajada de otro país, sino porque la calle era inclinada y la bajada terminaba exactamente frente a ese bar; de allí su nombre; por cierto que para evitar que se enteraran que se iba para allá, decían: “vamos a ver cómo están las diplomáticas”– cuentan los que la frecuentaban-; también existía “El Conuco” en otro sector y “La Quinta” que era visitado por gente más exclusiva porque tenían más “real” que los demás.

Una vez, sentados en la Plaza Bolívar a un grupo de muchachos se nos ocurrió una idea mientras conversábamos: ¿Qué hacemos? “La vaina está fastidiosa”. “Vamos a dar una vueltica por case ‘las diplomáticas”. Vamos pa’la Embajada; con 50 bolos matamos y nos echamos unas cervecitas”-propuso alguien y nos fuimos caminando hasta allá. Al llegar, nos sentamos alrededor de una mesa y pedimos unas cervezas; mientras tanto, veíamos a las muchachonas y otras mujeres de mayor madurez, paseándose por el bar mostrando sus curvas  e insinuándose a los que estaban presentes; algunos ya tenían su “empate” y disfrutaban de la compañía de su novia de turno. Estábamos muy entusiasmados cuando de pronto hace su entrada al bar un equipo de agentes de la PTJ comandados por “Meche” Gamboa; hacían estos operativos de sorpresa para mantener el orden y ver si había menores de edad en el local.

¡Buenas Noches! ¡Llegó la justicia! ¡Todos con cédula en la mano y contra la pared! Gritaban con las armas largas en la mano apuntando a todo el mundo. Yo me quedé tranquilo por conocer a Meche y otros del equipo, pero igual me paré con mi cédula en la mano obedeciendo la orden de la autoridad. Lo que más me sorprende es cuando veo que uno de los agentes se me acerca  y colocándome la pistola a la altura de las costillas me grita directamente:

¡Mira carajito! Diga en voz alta su nombre, número de cédula, dónde estudia y dirección de su casa. ¡Rápido, si no lo llevo pa’l calabozo! Dado que lo conocía, trato de reír en un intento por ocultar el nerviosismo pero el tipo insiste en lo mismo: ¡Vamos, cumpla las instrucciones, si no, va preso! No me queda más remedio que cumplir con lo que me ordena el agente. Lo que más me llama la atención es que el hombre en cuestión era un tipo de mi misma edad, nada más y nada menos que  mi gran amigo para esa época y actualmente mi compadre de sacramento Hernán “Nancho” Rosario en persona. Claro, era uno de los que siempre que salíamos del cine de ver una película de espionaje, decía, casi suspirando: “coño, quién fuera detective”. La condición de ser primo hermano de Meche Gamboa, formar parte del equipo de béisbol “Los Sabuesos de la PTJ” como pitcher estelar y como la ocasión la pintan calva, no desperdició la oportunidad para echarme esa tronco é vaina. Después que los agentes se marcharon sin cambiar en ningún momento la expresión de seriedad que hacía recordar  a los esbirros de Pedro Estrada, las risas de los presentes y del grupo que me acompañaba no cesaron en toda la noche.

¡Qué vaina Marunga! ¿Quién iba a pensar que tu amigo del alma Nacho Rosario casi te mete preso y te echa a perder tu noche de placer con las diplomáticas? Decían los presentes. Al día siguiente y como era mi costumbre, fui a la casa de Nancho quien para entonces vivía en la calle Mariño y al preguntar por él, su mamá, doña Flérida me dice:

“Ay Marunga, él salió temprano– algo muy raro porque dormía más que el carajo- y no dijo para donde iba”. Pasó una semana y el Nancho se me escondía, no sé por qué, hasta que nos encontramos en una fiesta y el gran carajo me preguntó delante de todo el mundo:

¡Marunga, mi hermanazo! ¿Desde cuándo no te piden la cédula case ‘las diplomáticas?

…”yo quiero mi casa por cárcel”

Un preso millonario.

Tomado del libro: “Ocurrencias de mi gente” de Carlos Mujica “Marunga

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