Palestra Insular: Tiempos de Curichagua

Curichagua, nombre indígena como denominaban los margariteños esa fruta de forma de lechocita pequeña que abunda en los campos margariteños en los tiempos de lluvia. Esa enredadera que se posa sobre las matas de guatapanare, yaque, guicheres o tunas tiene un tallo blanquecino que guía a los campesinos  a  la hora de ubicar la mata de curichagua.  

En “de la Historia Vivencial y Coloquial Margariteña” de José Marcano Rosas es definida así “Curichagua (Matelea marítima,Woods)  planta trepadora pilosa, de hojas carnosas que crece en parajes secos. Sus frutos los come la gente la gente humilde para paliar el hambre que acogota los áridos predios de su contorno. En efecto se cosecha jojota, pues cuando está pintona su pericardio es áspero, lechoso y de picante vellosidad lo que produce escoriación en los labios. 

En los alrededores de la Laguna de Gasparico y en los conucos de  Los Robles abundan estas enredaderas. Otra forma de aprovechamiento del fruto es la preparación en dulce. Al Oeste del Manglillo en el Municipio Tubores está situado un caserío llamado Curichagual por la abundancia de estas enredaderas en la escasa vegetación de estos parajes”. 

En “el Diccionario del habla actual de Venezuela”, UCAB 2005 define “Curichagua”; f Or restr órgano sexual femenino”. Eso tiene que ver con la conformación interior del órgano femenino que a la vista de los campesinos de la época tenía parecido por la conformación interna y por la coloración de su interior que es rojiza y rosácea

En temporadas lluviosas los muchachos de Los Robles tenían preparadas sus latas con un garabato de cabilla en la punta que eran amarrados con alambre para que quedar firme y poder halar los frutos. En grupos salían los muchachos del pueblo a buscar curicahaguas para lo cual solo necesitaban un machete, una lata y un saco para ir guardando las frutas que conseguían a su paso. Generalmente estás frutas en forma de lechocitas colgaban entre las ramas de los árboles y son de fácil agarre. Pero esas enredaderas nacían en terrenos cercados por tunas y guaritotos de manera que más de un inexperto buscador de curichaguas terminaba con ronchas y rocetones por los efectos de los guaritotales que rodeaban los espacios donde se producían las enredaderas del tallo blanco. 

No era fácil para los inexpertos ir a buscar esa especie de lechozzz y era más fácil preguntar a los conuqueros del pueblo donde están ubicadas las enredaderas porque ellos en su paso diario por sus predios saben dónde están los curichauguales. 

Cuando hay abundancia de curichaguas y ya por el paso de los días después de las lluvias los buscadores de estos frutos se descuidaban el sol hacia su trabajo y se conseguían las frutas ya pasadas que solo son buenas para dulce y fresco, pues las más buscadas son las más tiernas tiernas que son sabrosas al dente y que frías de la nevera son una exquisitez.  

Una vez agarradas las frutas viene el proceso de quitarle la parte porosa y las vellosidades para deslecharlas como a las lechozas quitándole las puntas y lavarlas en agua de chorro para que queden limpiecitas para comerlas con confianza. A más de un novato en estos menesteres se le ocurrió comer estas frutas sin limpiarla y le peló la boca porque esa leche es picosa. 

El dulce de curichagua preparado por estos lares es similar a como se preparan las pomalacas, las ciruelas, los jobos, los tomates y los mereyes que llevan como ingredientes: papelón, azúcar, clavo especie y anís chiquito. El refresco de curichagua era una especie de agua fresca que solo llevaba un punto de azúcar y las curichaguas enteras para dejarlas por días rermojando en azúcar y papelón

Los más viejos de la zona decían que comer curichaguas daba vitalidad sexual y era rico en vitaminas para la protección de su cuerpo. 

Era un festín ver a los viejos campesinos del pueblo en las horas del descanso en las tardes sentados en sus silletas o tures en las puertas de las casas como costumbres pueblerinas que por lo menos en Los Robles y otros pueblos de Margarita se mantiene como una tradición las conversaciones entre vecinos para intercambiar opiniones sobre las informaciones del día, sobre el trabajo del campo o echando cuentos que por centurias han contado sus antepesados. Eso lleva a muchos desconocedores de las tradiciones de los pueblos que no conocen las tradiciones de esta gente a tildar de flojos a quienes con la franela levantada más arriba del maruto permanecen cada día por centurias sentados en las puertas de las casas en grupos de conversaciones nocturnas. 

Esa costumbre de ir a buscar curichaguas se ha perdido con el tiempo y ya los robleros no se juntan para ir a buscar el fruto de esas enredaderas que con el tiempo han empezado a mermar en su aparición en épocas lluviosas. Por lo menos ya no se ven a los pilarenses comiendo curichaguas lo que indica que la tradición de estos pueblos de campesinos ha ido muriendo con el paso de los tiempos y ya ni aquellos batallones que se reunían en la plaza del pueblo para salir a cazar conejos ya desapareció y mucho menos los jaladores de guarames y tutuel ya no existen y ya los muchachos ni lazos arman para agarrar tortolitas como se hacía en otros tiempos. Apenas queda la tradición del juego de gallos que por temporadas se ven los galleros con un ejemplar bajo el brazo, en una bolsa roja o con la jaula maleta que permite trasladar el ejemplar con comodidad a la gallera. 

Recopilación: Manuel Avila (Cronista de Nueva esparta)

Únete a nuestro canal en Telegram.

¿Eres talento venezolano y deseas que publiquemos tus notas y sonemos tu música? Envíanos el material a otilcaradio@gmail.com

Compartir

Comments are closed, but trackbacks and pingbacks are open.