Las líneas que siguen no pueden ser escritas en otra categoría gramatical sino en primera persona. No es un capricho. En lo particular, el vínculo periodista/entrevistado con el que se descubrió a Román Chalbaud pasó velozmente de la admiración de las películas del cineasta merideño a la posibilidad cierta de descubrir un país que él, eso sí, vivió en primera persona.
Román Chalbaud falleció esta semana a los 91 años. En una tarde francamente calorosa como para ponerse a escribir el obituario de rigor, con fechas y datos precisos. ¿Y qué es lo que queda de un personaje como este?, ¿de un artista como él? El cúmulo de imágenes de las tantas veces que coincidimos en una entrevista: los perros con nombres de cantantes líricos, un jacuzzi rojo sin agua, la pared llena de ángeles artesanales, las escaleras de madera que conducían a su estudio, las cientos de fotos de teatro, cine y televisión que colgaban de las paredes que llevaban al segundo nivel… Y hasta la mirada permanente de su madre, semioculta en alguno de los rincones del penthouse de San Bernardino.
También quedan el montón de escenas y personajes salidos de sus películas: La Garza, Ganzúa, Selva María, Dimas, Jairo, todos de El pez que fuma; el teniente Jesús María Carmona, Doña Santísima Carmona, su madre, La Danta y de nuevo Ganzúa, de La quema de Judas; la pensión de Edicta y el exguerrillero Pedro Zamora, de Sagrado y obsceno; La Nigua y la comilona de los antisociales dentro de un cine abandonado, en La oveja negra, y Adonai, el poeta sin pies que transmite desde Radio Pandemónium, “la emisora de un país en desarrollo… en desarrollo de su miseria”, de Pandemónium, la capital del infierno. Todos se agolpan en la memoria, como un collage salvaje, caótico y, a la vez, naturalista.
Sin duda alguna, Román Chalbaud fue el artista que mejor plasmó en la ficción el universo de los venezolanos relegados a la marginalidad, un mundo que comenzó a delinear en 1959 con su ópera prima -originalmente, una pieza teatral- Caín adolescente, sobre una madre y su hijo que dejan el campo y se vienen a la ciudad en busca de mejores oportunidades, sobre una madre y su hijo que dejan el campo y se vienen a la ciudad en busca de mejores oportunidades.
Más que popular, el cine de Chalbaud opera como una radiografía social en la que el cineasta no se inhibió de dejar colar sus propios delirios, esos que comenzaron a moldearse para él cuando vio por primera vez una película en su Mérida natal: Tiempos modernos, de Charlie Chaplin. “Mis ojos se quedaron clavados en la pantalla, como dos tachuelas, y me di cuenta de que el mundo era un poco más grande de lo que yo pensaba” (artículo “Las primeras películas”, publicado en la columna Apuntes de un cineasta. Revista Imagen. Mayo-junio, 2005).
“Como pocos dramaturgos y cineastas, Chalbaud ha delineado con pinceladas precisas y firmes, el imaginario popular venezolano: el mocho de la carrucha, el policía matraquero, la estudiante extraviada, la excéntrica pitonisa, el poeta inutilizado y todas las madres: la sufrida, la posesiva, la acomodaticia, la que regenta un burdel y la que lidera una banda de delincuentes”, escribí en la revista citada líneas arriba.
Chalbaud ha muerto, pero no así su obra. Le ocurre lo que a su amigo José Ignacio Cabrujas: de ahora en adelante se consultarán sus piezas teatrales y sus películas para encontrar en ellas las claves de una identidad cada día más difícil de asir.
Melodrama y prostíbulo
Además de sus preocupaciones sociales, el melodrama fue una obsesión que siempre acompañó a Chalbaud. “Mi tetero fue el melodrama. En la pensión a la que llegamos mi familia y yo cuando nos vinimos a Caracas, había una señora, Berta Balarino, que era medio cegata. Los sábados tocaban a la puerta y ella pagaba medio por La panadera de Montespan. ¡Se la llevaban por entregas! Cada sábado le llevaban como diez páginas y yo se las leía. Era la telenovela de la época. Todo el cine mexicano, el francés, Marcel Carné, me influenciaron mucho”, recordó el cineasta en Imagen.
La cercanía de Chalbaud al universo femenino -la mayoría de sus grandes personajes son mujeres- proviene del hecho de que sus padres se divorciaron cuando él apenas tenía un año. Su madre, su abuela y sus tías se encargaron de su educación. “Para mí, la mujer es muy importante, y también lo es en la historia de Venezuela, desde Luisa Cáceres de Arismendi hasta nuestros días. Pero yo no hago distinción: la mujer tiene el mismo valor y la misma capacidad intelectual del hombre. Si yo pinto un burdel como el de El pez que fuma no estoy diciendo, como mucha gente cree, que todas las mujeres son prostitutas. Eso es una tontería. En cambio, nadie se fija cuando los hombres de mis películas son malos. Hay hombres malos y mujeres malas, y dentro de la maldad hay subes y bajas”, decía el artista.
Lo que Román Chalbaud mostró en su filme más aplaudido no es un país convertido en prostíbulo, sino un prostíbulo en el que se producen relaciones de poder similares a las que marcan la historia política nacional.
Cinco imprescindibles de Chalbaud
Caín adolescente (1959)
Partiendo de una de sus piezas teatrales, Chalbaud escribió y dirigió esta su ópera prima, sobre una madre y su hijo que llegan del campo a la ciudad en procura de una mejor vida. Terminan en uno de los barrios que circundan el valle de Caracas y vinculados a un brujo solicitado por las autoridades por practicar abortos de manera ilegal. En el filme actúan Carlota Ureta Zambrano, Berta Moncayo, Enrique Alzugaray, Rafael Briceño, Orangel Delfín, Luis Gerardo Tovar y Virgilio Galindo, entre otros.
La quema de Judas (1974)
Con guion de José Ignacio Cabrujas y Chalbaud, en esta obra, los planes de asaltar un banco por parte de un delincuente común, aliado con un policía corrupto, coinciden con los de un grupo de guerrilla urbana. Cuando los segundos atacan con violencia, al delincuente no le queda más remedio que hacerse pasar por policía. Muere, y su muerte es utilizada para “lavar” la imagen de una institución desacreditada. En el barrio, saben que el supuesto “agente” no es más que un Judas al que hay que quemar.
Sagrado y obsceno (1976)
La Caracas de los años setenta, convertida en símbolo de la Venezuela “planificada, petrolera y saudita” y promesa de modernidad, sirve de escenario al enfrentamiento entre un exjefe de policía devenido en empresario, y un exguerrillero que busca vengar el asesinato de sus compañeros de lucha. El elenco lo integraron Miguelángel Landa, María Teresa Acosta, Paul Antillano, Hilda Vera, Mary Soliani y Paula de Arco, entre otros. Cabrujas y Chalbaud vuelven a compartir la escritura del guion.
El pez que fuma (1977)
Contaba el propio director que cuando el cineasta cubano Humberto Solás vio esta película, entró a un restaurante de Toulouse, donde se realiza un festival de cine latinoamericano y donde en ese momento almorzaba el cineasta, y gritó: “¡Chalbaud, usted ha sido tocado por el dedo de la mano de Dios!”. Decía Chalbaud: “El burdel podría representar al país, pero acuérdate también de Doña Bárbara, que era la imagen de una Venezuela sumida entre la civilización y la barbarie”. Un país, muchas visiones…
Pandemónium. La capital del infierno (1997)
Escrita por David Suárez, Orlando Urdaneta y Chalbaud, esta cinta, a juicio del crítico Roberto Forns-Broggi, de la revista cultural Chasqui, de la Universidad de Colorado, en Estados Unidos, “retrata un estado colectivo de desaliento y soledad que cierra los poros, las fosas nasales, las bocas, las mentes y los cuerpos”. Su protagonista, Adonai (Urdaneta), es un poeta sin pies que difunde a través de una improvisada radio, ubicada en el sótano de un edificio abandonado, noticias, poesía y música.
Recopilación: JUAN ANTONIO GONZÁLEZ / El Universal
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