Ser margariteño en el siglo XXI es más que una condición geográfica: es una herencia emocional y un compromiso diario con la memoria y el porvenir. Es llevar en la mirada el mar y en el alma la historia, esa que comenzó con luchas independentistas y que hoy se teje entre islas digitales, guitarras de cuatro y escuelas que resisten con alegría.
Hoy, ser margariteño es abrazar la tradición sin renunciar al cambio. Es hablar con acento de brisa y defender la palabra como acto de pertenencia. Es enseñar a un niño la décima que aprendió su abuela, pero también mostrarle cómo usar un micrófono para contar su historia. Es mantener viva la devoción por la Virgen del Valle y al mismo tiempo digitalizar revistas, libros, canciones y recuerdos que forman parte del tejido cultural que nos sostiene.
Pero ser margariteño hoy también implica resistir: resistir al olvido, a la homogeneización, al exilio forzado de talentos y memorias. Es seguir defendiendo la música como territorio, la educación como trinchera y la identidad como bandera. En cada joven que toca mandolina, en cada voz que suena en Otilca Radio, late una isla que no se conforma con haber sido gloriosa: quiere seguir siendo fecunda.
Por eso, en tiempos donde la imagen se disuelve rápido y las modas caducan en segundos, el margariteño que sueña, crea y preserva es revolucionario. Porque mientras haya una palabra cantada, una historia contada y un niño educado en libertad y pertenencia, Margarita será más que una postal: será un faro cultural para Venezuela y el mundo.
Editorial OtilcaRadio
Fotografía: Cuicadas
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