Leopoldo Espinoza Prieto: «Fucho Tovar, desde mi particular visión»

Hoy, 11 de enero, se cumplen 25 años de la partida de Rafael «Fucho» Tovar a la eternidad.

La ocasión es propicia para recordarlo tal cual era, sin ocultar o maquillar la verdad; pero también sin necesidad de exagerar su grandeza de espíritu y su espíritu solidario, expresado en su innata capacidad para conmoverse frente al dolor ajeno y compartir, a su peculiar manera, los éxitos y alegrías de sus amigos, es decir, de su pueblo.

No creo que Fucho se haya detenido a estudiar la célebre frase atribuida a John Kennedy: «Yo olvido los hechos, pero no los nombres«. Nunca supo de odios, rencores o venganzas, no tenía la perversa intención de esperar que el tiempo le brindara la oportunidad de ver pasar por la puerta de su tienda el cadáver de su enemigo.

Desde hace tiempo venía acariciando la idea de escribir un texto, que no considero que deba llamar ensayo, para servir como sustituto de la bitácora del gran líder de vida que, sin ninguna duda, fue el primogénito de Juana Tovar, «hijo de cuca sola«, como él mismo solía proclamarse, en homenaje al valor y coraje del matriarcado insular poco estudiado.

Quiero que sea un libro sencillo, rico en anécdotas, donde solo quepa la verdad, sin importarme si esta resulta dolorosa o incómoda para aquellos que desean enterrar su memoria, incluyendo a aquellos que deberían ser guardianes de su legado.

Sé que no estoy escribiendo una supuesta «beatificación» de un ser imperfecto, con muchos errores, que quedan eclipsados por ese inmenso torrente de nobles acciones que lo convierten en inmortal en la mente del pueblo neoespartano, quien lo llora después de un cuarto de siglo sin su presencia física.

Leopoldo Espinoza Prieto

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