Los Cachos de Marunga: Alma en pena

Entre las calles Martínez y Maneiro de Porlamar, al lado de la casa del dentista empírico Justo Marín y frente a la casa de Teotiste de Rojas, había un solar donde se jugaba pelota e’ goma, guataco, librao, picha, trompo, montar volador y otros tipos juegos; la gente mayor también se reunía cerca de allí. En un rincón del terreno había una mata de celedonia cuyas enormes hojas permitían que se formara como un bosque, pequeño pero muy tupido, donde, al final de las tardes, cuando comenzaba a oscurecer, alguna que otra persona lo utilizaba para desahogar sus necesidades fisiológicas, o sea, como se dice popularmente  “obrar”, vocablo de poco uso actualmente.

Siempre en los pueblos existe la creencia en los “entierros”: dinero o joyas valiosas que los dueños enterraban en algún sitio por recelo o desconfianza en sus familiares; morían y nadie sabía dónde estaba “el tesoro”; la gente inventaba y decía: “en tal parte hay un entierro…”allí, a tal hora se ve una luz; ¡porai tiene que habé un entierro!, decían en su manera particular de hablar.

 Toño “yaya” era un carpintero muy jodedor y ocurrente; él vivía en la calle Libertad- paralela a la esquina donde estaba el solar en cuestión- y, cuando la tarde lo sorprendía por ese lugar, desahogaba sus necesidades en la mata de celedonia.

Muy cerca de allí tenía su residencia el señor Juan Bermúdez, gran adeco quién  para ese tiempo era director de tránsito; también hacía sus negocios como para vivir holgadamente; éste se enteró de que alguien dijo que había un” entierro” en el lugar. Habló en secreto con una persona que se la daba de  experta en esas cosas y le dijeron: “Mira Juan, pasa por allí en la nochecita; eso sí, sin que nadie te vea y si notas una luz como que se prende y apaga, te le aceras “poca poca” y dices muy bajito: “alma en pena, ¿qué desea? ¿Qué desea esa alma  en pena?” Y una voz te dará la noticia; es el espíritu del muerto.

Una tardecita, ya cayendo la noche, Juan Bermúdez “echo el loco”, como se dice, se paró frente al solar; de repente se sorprendió; vio como una luz que aparecía y desaparecía. ¡Coño, ésta es la mía! ¡Tenía razón el hombre! ¡Allí está el entierro! ¡Qué chance! ¡Y no hay más nadie por aquí! Volteó hacia todas partes para asegurarse de que estaba solo y lentamente se fue acercando a la mata de celedonia sin quitarle la vista a la luz que, efectivamente aparecía y desaparecía. Sintió como se le aceleraba el corazón y, tratando de hablar pausado como le indicaron, preguntó: ¡Alma en pena ¿qué desea? Y repitió la pregunta: ¿Alma en pena, qué desea? La luz se encendió más y una voz, que al mismo tiempo soltaba una carcajada, le respondió: ¡Un papel pa’ limpiarme el culo, Juan Bermúdez. ¡Tú pareces medio pendejo! Era la voz de Toño “yaya”, quien mientras “obraba”  detrás del monte que formaba la mata de celedonia, fumaba su tabaco o “calilla”  y cuando chupaba, la luz aumentaba y, al expulsar el humo, esta bajaba. La mentada de madre  que lanzó Juan Bermúdez se escuchó en todas las calles cercanas…

Hoy la gente que todavía vive cerca del solar donde levantaron una construcción, dicen que lo hicieron con los reales del  “entierro” que se sacó Juan Bermúdez. Estos dos queridos personajes de Porlamar entregaron sus cuerpos al destino y menos mal que no dejaron bienes de fortuna escondidos, porque si no, ¿Cuántos estarían inventando entierros?

…”perro flaco sueña con cecina gorda

Ramón Papelón

Tomado del libro: “Ocurrencias de mi gente” de: Carlos Mujica “Marunga”

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