En Calabozo, estado Guárico, el apellido Estévez es referencia obligada de la grata memoria. El hielo en carreta de la bodega de la familia; la genialidad de Antonio, que llevó al mundo orquestal la inmensidad del llano venezolano; las enseñanzas de la maestra Elia, la Nena, madre de Miguel Efrén, el que anda alegrándole la vida a la gente con sus Cuentos de Camino, la misma mujer que un día como hoy, 30 de mayo, pero en 1946, dio luz al músico que tiempo después asumiría el compromiso histórico de levantar la moral de una Universidad y de un país entero. Los Estévez son una familia, un motivo de orgullo no sólo de Guárico, sino de toda Venezuela.
El hilo invisible de la historia escribió para Raúl Delgado Estévez un destino que ya lo seducía desde 1976. Ese año le propusieron ser el asistente de dirección del Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela —el coro que fundó su tío en 1943— entonces bajo la tutela de Vinicio Adames, con la idea de que, tarde o temprano, se convirtiera en el director. El salario que le ofreció la universidad por el cargo, sin embargo, no correspondía al merecido por el joven Delgado, que tenía poco tiempo de haber regresado de sus estudios de especialización musical en París. Por eso declinó el ofrecimiento.
Al Orfeón Universitario lo invitaron al XII Día de Canto Coral de Barcelona, España, a celebrarse en septiembre de ese año. Sería la primera gira por Europa de la agrupación. Sin embargo, encontraron en el camino muchas dificultades para concretar el viaje, por lo que Vinicio desistió de la idea, y planificó junto a su familia unas vacaciones en los Estados Unidos. No obstante, los jóvenes integrantes, entusiasmados, insistían, en hallar la forma de asistir al compromiso internacional. Por un lado, desde la Federación de Centros Universitarios, comenzaron a gestionar un avión por parte del ejecutivo nacional que los trasladaría hacia el viejo mundo; y por el otro, solicitaron la asistencia del mismísimo Raúl Delgado Estévez para agilizar hospedajes en ciudades como la París que tan bien conocía.
Con una gira en pleno proceso de organización no concretado y un viaje familiar en puertas, Adames solicitó el apoyo de Delgado Estévez. No podía cancelar sus vacaciones, y en caso de lograrlo, la delegación venezolana debía ir preparada con un repertorio de altísima exigencia que, para ser montado, requería igualmente un músico de muy alto nivel. Por eso, el acuerdo sería que Raúl estaría a cargo del montaje del repertorio durante el período de las vacaciones y les acompañaría en calidad de director invitado. Y así, ante la ausencia de Vinicio Adames, el insigne sobrino de Antonio Estévez iniciaría el proceso que lo ató por siempre, y de manera muy poderosa, a la institución y a la historia de un país entero.
Al ser el viaje un hecho, Adames adelantó su regreso: debía afinar detalles y trabajar en equipo con Raúl Delgado Estévez. A finales de agosto, pocos días antes de la fecha de partida, les avisaron que había inconvenientes con el hospedaje en París. Se consiguieron dos boletos comerciales: Raúl viajaría con uno de ellos y el otro no lo usaría nadie, porque Vinicio tomó la decisión de viajar con sus muchachos en el Hércules de las Fuerzas Armadas C-130 designado por la presidencia de la República.
La historia de la tragedia que se llevó las 68 vidas venezolanas que viajaron en el avión militar el 03 de septiembre de 1976 es quizás una de las más reseñadas en nuestra historia musical. En Barcelona, junto a nuestro tricolor, Raúl Delgado Estévez recibió de parte del encuentro coral las palabras:
“Hermanos cantores de la Universitario de la Universidad Central de Venezuela. Con ilusión de niños, veníais a traer vuestras bellas canciones al XII Día Internacional del Canto Coral de Barcelona. Al país hermano (…) Parece que el mismo Dios en sus misterios e insoldables planes ha preferido para vosotros otro escenario mejor. Ha querido llevaros a su lado, para que cantéis eternamente en el Gran Festival del Cielo. Nosotros os ofrecemos desde la tierra todas las canciones de XII Festival Internacional de Canto Coral. Las vamos a cantar mirando vuestra bandera donde queda un gran espacio vacío, un gran hueco sin llenar. Y nos vamos a quedar en silencio tratando de escuchar en nuestro corazón la gran canción de vuestra muerte”.
Y ese Raúl Delgado Estévez, movido por el dolor infinito de ser el único de la nómina viajera en sobrevivir logró llegar a Venezuela, por otra poderosa obra del destino, al mismo tiempo que los restos de la agrupación caída, sintiendo desde entonces el amoroso compromiso de honrar su memoria, el fuerte vínculo al que estaba destinado. Así fue como el sobreviviente de las Azores, en compañía de Graciela Gamboa, hicieron posible ver al Orfeón renacer de las cenizas nueve meses después, como un fénix poderoso y con él, la alegría de un país entero, junto a una lección histórica de esperanza que jamás olvidaremos.
Texto: Andrea Paola Márquez / Guatacanight
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