HUELLAS Y PRESENCIAS INSULARES: INVITACIÓN A LA ISLA DE MARGARITA, 1940

En crónicas viajeras, publicadas por mí, en colaboración con Pablo Domínguez, he manifestado las posibilidades que ofrece al turismo Margarita. He sugerido la idea de comenzar nuestra campaña con nosotros mismos y escoger a Margarita como primera región a visitar. Debemos los venezolanos conocer nuestra tierra primero y empaparnos de ella. De sus dolores y de sus bellezas a la vez. Copio algunos párrafos de un artículo mío publicado en 1936 que pinta la reacción operada en mi espíritu ante el espectáculo hermoso y triste de la Isla tersa y sedienta:
Los hombres de la Isla dorados y anchos, nos interrogan con los ojos, por todas partes. Las miradas anhelantes nos siguen a través de las arenas opacas de las playas de Porlamar y a lo largo de las calles saladas del puerto. Las mujeres se alargan bajo los umbrales para escudriñar nuestras botas, nuestras kodak, nuestros morrales. Pronto las miradas se hacen acogedoras y caemos en el abrazo liviano de los brazos fuertes.

El margariteño nos abre las puertas cuadradas de sus casas y pone el corazón y el anhelo en las palabras. La palabra del margariteño es apresurada, febril, como su obra, como su brisa, como su sed. La sed despiadada del margariteño pinta de espejismos al viajero que llega -indiferente y egoísta- a la tierra que se muere de sed.

Hablan todos juntos, angustiados. Las palabras salen resecas de las bocas tostadas. Ahora nos sentimos más cohibidos que antes. Nos damos cuenta de que estamos jugando un papel de manantial ante aquellas fauces abrasadas de sol. Inmediatamente sentimos la pena de los hombres hermanos, de los campos extáticos, de los niños dulces. Enfrente de nosotros, a la vera de los manglares exuberantes, los chivos hunden el belfo entre la arena húmeda y beben agua salada y tibia.

Hay que ir a Margarita para ver la sed retorciendo las huertas multicolores verdecidas de datileros y doradas de mangos. La sed erizada de cardones y de tunas. La sed de las tinajas abiertas sobre las cabezas de las mujeres musculosas que tejen y tejen sin cesar a través de los caminos. La sed de las bellas mujeres del Norte que refrescan las sienes con flores clavadas sobre la cabellera linda.

Hay que ir a Margarita para sentir el dolor de los hogares vacíos con la fuga del hijo y del hermano que se fue a regar la nostalgia de la tierra por todos los caminos de la Patria. A ver la lucha del pescador contra los vientos y los mares y la paga miserable de esa lucha. A ver los pueblos sin maestros, los caseríos sin luz, las gentes sin ropas.

A admirar a los hombres que van, ¡adelante! en sus balandros, a pescar el carite, mar adentro, más allá de la línea del Morro y por encima de la línea de Mosquito, luchando con el brisote y con la corriente y con el remolino; y ¡adelante! abajo, al fondo, a buscar la ostra, horas enteras, atenaceados por las punzadas de la presión marina sobre los puños; y ¡adelante! al Norte, en las rancherías de la Arestinga, chapoteando entre los fangales; y ¡adelante! al Oeste, en los desiertos de Macanao, cortada la respiración por las tempestades de arena caliente; y ¡adelante! con la siembra en los valles de San Juan, aporcando el maíz que se achicharra, cavando al pie de los nisperales y los naranjos, arañando la tierra con las uñas para apagar la costra reseca que comprime la raíz y tritura las sementeras; y encima de trabajo: sol, y encima de todo: ¡sed!
Y a cambio de este dolor se llenaría la visión de hermosura y de paz. Hermosura de las bahías mansas sobre fondos de plata. Hermosura de la luz nueva y ancha; del aire alegre y sano. Hermosura de los valles de acuarela. Paz quieta de la laguna Arestinga sembrada de mil bahías y canales entre la silente frescura de los manglares macizos. Paisaje de Juangriego tendido al Norte con un gusto añejo de costa cantábrica. Playas del Tirano inéditas e intactas. Olas tumultuosas abofeteando el Morro de Pampatar frente a la soledad hierática del Farallón. Olor de la colonia en los castillos de Santa Rosa y Santa Clara y en el viejo convento de La Asunción. Fragor de Independencia en la colina de Matasiete. Cordialidad hermana. Hospitalidad amiga. ¡Honrada verticalidad del margariteño de toda Margarita!

(Tomado de Casto Fulgencio López en LA MARGARITA, 1940).

Recopilación: Cronista Verni Salazar.

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