La Burriquita: ¿Una satírica expresión de lucha social?

La Burriquita: ¿Una satírica expresión de lucha social?

Luego de cierto tiempo investigando acerca de los posibles orígenes de algunas de nuestras manifestaciones folclóricas, mismas en las que el elemento más evidente es el mestizaje y por lo cual dicho origen apunta en varios sentidos; me dispongo a plantear una hipótesis con la intención de ampliar el foco en abordaje del posible origen la manifestación de La Burriquita.

Desde los inicios de la colonización en Venezuela, la huella de los vascos se ha tejido de manera intrincada en el rico tapiz cultural del país. Los primeros pobladores vascos arribaron a estas tierras a comienzos del siglo XVI y trajeron consigo un legado artístico que trascendió generaciones. Entre estas expresiones culturales, las danzas ocuparon un lugar destacado. Diversos estudios, como los de la reconocida musicóloga Isabel Aretz y los del poeta Juan Liscano, dan cuenta de la influencia significativa de las danzas vascas en nuestras tradiciones. Liscano, asegura que: “La complejidad técnica y la riqueza simbólica de estas danzas suletinas, dejaron una impronta indeleble en las manifestaciones dancísticas, tanto así que manifestaciones como las de: El Sebucán y La Burriquita, tan representativas nuestro folclor, parecieran tener mucho que ver con algunas de estas”. En este mismo sentido la venezolano argentina, Isabel Aretz, en el libro “Panorama del Folclore Venezolano”, apunta que la raíz de muchas de nuestras costumbres:” … debe buscarse en las Misiones, donde los religiosos suplantaron con bailes europeos o españoles, algunos bailes indígenas que ha cían ejecutar en honor de los Santos Patronos«.

Si bien es cierto que respecto a la presencia de vascos en Venezuela se tienen registro que validan existencia de algunos de ellos en la “Nueva Ciudad de Cádiz”, en la isla de Cubagua, a través de quienes pudo haber llegado alguna de las citadas danzas a esta primogénita urbe de nuestra nación; el arribo de estas, pareciera apuntar con mayor fuerza al hecho de la llegada a Venezuela, de la congregación de los Capuchinos, a partir de 1650. Estos religiosos, de origen predominantemente vasco, establecieron sus primeras misiones en el oriente venezolano y, a través de sus actividades evangelizadoras, no sólo transmitieron la fe católica, sino también costumbres y tradiciones propias de su tierra natal, lo cual sugiere que durante las celebraciones religiosas y comunitarias los misioneros vascos hayan introducido danzas y juegos tradicionales, los cuales, con el tiempo, se fusionaron con las expresiones culturales locales.

Por lo antes dicho, e intentando hacer foco en el título del presente artículo, citamos nuevamente al Poeta Liscano, quien refiriéndose al posible origen de “La Burriquita”, abunda indicando que: “ resulta imposible no relacionar nuestra tradicional y ya un tanto extinta burriquita carnavalesca con el Zamaltzain u hombre caballo de los cortejos souletinos evocadores de episodios guerreros”; agregando que: “La Burriquita venezolana tiene muchos aspectos en común con el Zamaltzain, no sólo por el hecho en sí de que se trata en ambos casos de la imitación de un hombre montado sobre un solípedo, sino por el espíritu mismo de los movimientos y la representación del animal jineteado”.

Tomando los postulados de estas dos reconocidas figuras del estudio de nuestro folclore, me pregunto: ¿Existe la posibilidad de que, además de lo antes expuesto, esta manifestación pudiera haber aparecido como una acción utilizada por las capas menos favorecidas de la sociedad colonial, para desafiar el poder, subvertir la cultura dominante y construir una identidad colectiva?

En un somero análisis de los elementos que componen cada una de estas danzas y haciendo omisión de la música con la que se acompañan (ya que, en el caso de La Burriquita, guarda relación con las distintas expresiones musicales de la celebración de Las Pascuas, en las diferentes regiones del País); inicio haciendo ver que, en ambas: un ser humano se encuentra sobre un equino. Partiendo de ese hecho que las equipara, ambas perecieran contener “todos los elementos de la otra”, pero presentados de manera antagónica. En otras palabras, cada elemento del Zamaltzain, se encuentra presente en La Burriquita, pero de manera invertida. Es así como lo que en la manifestación vasca son los machos de cada especie (hombre y caballo), en la nuestra son las hembras (mujer y burra). Al respecto cabe acotar que, en la mayoría de las regiones del país, quien monta la burra debe hacerlo desde “un rol femenino”, por lo tanto, en el caso de ser un hombre quien la baile, debe vestirse de mujer, salvo en contadas excepciones en las que se permite hacerlo desde lo masculino.

Adentrándonos en lo antagónico de La Burriquita, respecto al Zamaltzain, nos encontramos que mientras en la manifestación vasca el caballo está representado por una pequeña pieza de madera esculpida, absolutamente desproporcionada con respecto al tamaño de quien lo monta; por contraste, en la nuestra, la Burra está representada por una cabeza muy vistosa y adornada, con proporciones equilibradas respecto a quien la monta y cuyas facciones faciales son, en muchos casos, humanizadas.

Otro aspecto en el que La Burriquita, antagoniza con el Zamaltzain, es el hecho de que mientras el “jinete vasco” lleva en la cabeza un tocado, adornado con espejos y plumas de diversos colores; “la burrera nuestra”, lleva un sombrero de paja (cogollo), adornado por flores silvestres. En otras palabras, ambos humanos llevan ornamentos en la cabeza, sin embargo, no hay semejanzas entre ellos. También desde el punto de vista del traje, el “jinete vasco”, lleva chaqueta roja con pechera blanca en la parte delantera, con adornos dorados, pantalones negros hasta la rodilla, terminados en volantes dorados en su parte inferior; en contraste, “la burrera” viste a la usanza de la campesina venezolana, con blusa y falda floreada (mayoritariamente).

En la danza vasca, el “caballo de madera” que lleva el jinete a la cintura, tiene una falda de seda blanca y roja, que en pocas ocasiones toman algún otro color; el bailarín lo agarra por el cuello y se sirve, de este apoyo, para moverlo acompasadamente, al ritmo de la música. En la nuestra, “la burrera” lleva un faldón de múltiples colores, mayormente floreado, sobre el cual (en algunos casos) penden las dos “piernas” que simulan a las de quien la monta y “la burra” es maniobrada con riendas que llegan hasta un bozal en la trompa del animal.

La manera como van calzados quienes “bailan” la manifestación, también se presentan de manera antagónica; el “jinete vasco” utiliza: “… medias y zapatillas blancas, cubiertas por unas polainas negras, adornadas con pequeñas cintas, a modo de florecitas”, mientras que “la burrera nuestra” va de alpargatas.

Como reflexión final y apelando nuevamente al título de esta nota, pareciera probable que tratándose de manifestaciones propias de las pascuas y el carnaval, momentos en los que la mofa y la burla son elementos intrínsecos de la celebración, esta “gemela antagónica” que representa La Burriquita respecto al Zamaltzain, provenga de una “intención determinada”, por parte de las capas sociales menos favorecidas, por lograr elaborar una expresión equivalente, a manera de sátira, de aquella otra que celebraba la clase “dominante”, en la Venezuela colonial.

Texto: Roki José Viscuña Gutiérrez / Fotografía: Fernando Fernández Fermín

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