Venezuela se estremeció con la tragedia ocurrida en el salto de La Llovizna, estado Bolívar, en la que murieron ahogados 37 educadores que cayeron al río Caroní durante una excursión a la exuberante región de Guayana.
Las víctimas formaban parte de una delegación de más de 400 docentes, de todo el país, que celebraban la XIX Convención Nacional de la Federación Venezolana de Maestros.
Aquel domingo los dirigentes magisteriales atendieron una invitación del Concejo Municipal del Distrito San Félix que organizó, en honor de ellos, una fiesta en una de las islas que se forman el río Caroní. Para llegar al lugar era necesario atravesar un puente colgante de madera de 22 metros de longitud y 1,20 de ancho, con travesaños pegados sobre hierros cimbreantes por el peso de la estructura. La plataforma, sujetada a guayas por tensores llamados “perros”, tenían una longitud de 80 centímetros. El espacio entre el piso y la guaya quedaba al vacío. En cada extremo, el puente tenía una armadura de tubos soldados que cedieron por el exceso de peso, así lo describió el periodista Víctor Manuel Reinoso en una edición especial de la revista Elite. El viejo puente no resistió el peso de la cantidad de personas que intentó cruzarlo.
Los entusiastas excursionistas, impresionados por la belleza de los torrentes de agua y la exuberante vegetación, llenaron el puente y se detuvieron para tomar fotos, cuando de repente se escuchó un estrepitoso ruido. Un testigo presencial afirmó que al río, de 20 metros de ancho con aguas que se desplazaban a cien kilómetros por hora aproximadamente, los cuerpos caían, se sumergían y sacaban la cabeza y los brazos, tratando de aferrarse a cualquier cosa que pudieran. Todo fue muy rápido, más de lo que cualquiera pudiese imaginar.
La noticia paralizó al país, mientras las estaciones de radio y televisión informaban de las actividades de la Comisión Única de Rescate que pudo salvar a una gran cantidad de personas que había logrado asirse a alguna raíz o a las rocas. Bomberos y voluntarios pudieron trasladar a tierra a 150 educadores que habían quedado aislados y miraban con terror y asombro la tragedia desde los pequeños islotes.
Tres días de duelo decretó el Gobierno nacional, presido por Dr. Raúl Leoni, de cuya esposa Menca Fernández de Leoni, murió su sobrina, la secretaria Irene Fernández.
Aquella tragedia marcó para siempre al magisterio venezolano y la estimuló en su lucha por lograr una mejor educación en el país, y las justas reivindicaciones impulsadas por los maestros Luis Beltrán Prieto Figueroa y la maestra Mercedes Fermín. Ambos educadores presidieron la convención y se salvaron milagrosamente.
El Ministerio de Educación en ese entonces ordenó construir en cada estado, escuelas que tuviesen como epónimo el nombre de cada uno de los maestros fallecidos, para perpetuar en el tiempo el recuerdo de estos insignes educadores. A modo de corolario, puede afirmarse, que el 23 de agosto de 1964 quedó grabado para siempre como fecha indeleble en la memoria colectiva del quehacer docente y magisterial, no sólo de Venezuela, sino del mundo, ya que este día los predios del emblemático Parque Nacional “La Llovizna” en el estado Bolívar, fueron testigos de una tragedia que enlutó al país entero.
Fueron 37 los maestros que perdieron la vida cuando intentaban atravesar uno de los puentes de madera utilizados para cruzar el río Caroní. Los maestros caídos en La Llovizna son un ejemplo a las posteriores generaciones magisteriales, sus luchas son estímulos para reivindicar mejores condiciones sociales y económicas, porque como dijo Luis Beltrán Prieto Figueroa, “los maestros caídos ayer son la cuota de vidas que el magisterio paga al progreso de Venezuela”.
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