Leyendas Venezolanas: La curva de la muerte en Maracay

En la frontera entre Aragua y Carabobo, se ubica la comunidad de La Cabrera. Y cerca de la montaña, se encuentra una curva con una vibra espantosa. Para lograr una investigación completa, contacté a Daisy Linares y a Sergio Borges para que me contaran sobre las leyendas de esta curva, pero encontré varias historias más complejas que enlazan esa curva y varios hechos paranormales que ocurrieron en la casa familiar de Daisy.

Era el año 1989, tras una serie de inconvenientes con los vecinos, la familia de Daisy decidió mudarse. Ellos en ese momento vivían en La Cabrera del municipio Diego Ibarra. Con algo de urgencia, el papá comenzó a buscar una nueva casa. A los días, el señor encontró una ideal a buen precio. La vivienda estaba ubicada en un callejón, al frente de la famosa curva de la muerte. Esa tarde llegó durante la cena y emocionado le comentó a la familia:

Vamos recogiendo, encontré la casa. Ya nos vamos a poder ir y alejarnos de la mala gente de aquí. Esa casa está en toda la curva, en la otra Cabrera, la de Maracay.

¿Esa no es la famosa curva de los accidentes, la de la gallina y el gallo? Eso es como pavoso –recalcó su esposa. -Qué va, pavoso es que nos caigan a piedras un día de estos esta casa. En estos días nos vamos para allá, ya dije.

Al día siguiente, los miembros de esa familia fueron a conocer su nuevo hogar. La casa estaba sin frisar, tenía las ventanas tapadas con tablas de madera, el monte crecido y a una parte le faltaba el techo de acero li. Pero por extraño que parecía, todos ellos la vieron hermosa y acogedora, como si la misma casa los hubiera embrujado desde ese instante.

Después de unas reparaciones, se mudaron en el mes de marzo de ese mismo año. Los primeros años transcurrieron con tranquilidad, hasta 1993. En esa época Daisy estaba estudiando en el liceo.

Una tarde, ella, su hermana Danny y una compañera de clases llamada Yubranka decidieron jugar la Ouija. Esta compañera la había jugado antes con unos amigos de 5to año. Las hermanas sabiendo eso y curiosas le pidieron jugarla, aprovechando que en la casa no estaban los adultos. Esa tarde se fueron al último cuarto y comenzaron a hacer una Ouija casera. Escribieron todos los elementos conocidos del tablero en una hoja de papel y pusieron un vaso de vidrio al revés para indicar las respuestas. Yubranka con seriedad recitó: “Te pedimos permiso con el día y la noche ante nosotras. Espíritu conjuelo, tráemele luego, espíritu preso, libera tu peso”. Hubo un silencio incómodo, las miradas estaban puestas sobre el vaso y la hoja. Yubranka continuó con la primera pregunta: “¿Hay un espíritu aquí en este cuarto?”. De pronto, el magnetismo de ese vaso las llevó a la palabra “”. Yubranka volvió a preguntar: “¿Eres un espíritu bueno?”. El vaso comenzó a moverse en dirección a la palabra “No”. Y luego de esa respuesta, la hoja y el vaso se sacudieron. Comenzaron a sentir como si algo demoníaco estuviera con ellas en la habitación. Daisy y Denny se pararon rápido al escuchar la puerta del patio abrirse y cerrarse bruscamente. Yubranka molesta les gritó: –¡Chamas no se paren, tenemos que cerrarlo! -¡Déjate de vainas Yubranka, ya mi mamá va a llegar y si se entera, bueno! Las muchachas recogieron todo y se fueron al porche a esperar a los adultos. Yubranka un poco asustada les dijo: -Hicimos mal en no terminar el juego. En ese cuarto ahora se quedó un espíritu malo. De pana, yo no vengo más para acá. Y en efecto Yubranka no volvió a la casa de los Linares y con los meses se alejó de las muchachas. Desde esa tarde, cada vez que ocurría un accidente mortal en la curva, la puerta del patio se abría sola en la madrugada. Dando a entender que la casa le daba la bienvenida a los espíritus. Otra curiosidad es que en ese último cuarto donde se guardaban los chécheres, comenzó a escucharse un ruido, como si alguien estuviera rezongando de manera permanente.

A partir de ese fenómeno, la familia comenzó a llamarlo ´El cuarto del rezongón`. Los años transcurrieron, los poltergeist en la casa y los accidentes en la curva se volvieron parte de la cotidianidad. Pero hay una anécdota en particular que causó pánico entre los vecinos. Daisy fue su testigo y esto ocurrió cuando ella comenzó su primer trabajo.

Una mañana, la joven estaba en la parada esperando el bus. De repente, escuchó un ruido estruendoso. Un container se volteó en toda la curva y los vecinos estaban alarmados. Daisy con los nervios de punta, salió corriendo para su casa. No dejaba de pensar en su familia y en lo peligroso de la situación. Cuando estaba en la curva, vio el container volteado cerca del callejón y a su conductor herido al frente de otra casa. Daisy no podía creer lo que estaba sucediendo, se detuvo a respirar, tomó aire y siguió caminando. De pronto, se llevó un terrible susto. Debajo del container había un rostro ensangrentado. Se trataba de un muchacho que iba pasando cuando este container se volteó. Su cabeza estaba afuera en dirección a las casas, pero el resto del cuerpo quedó aplastado. Daisy miró sus ojos entre abiertos y sintió como ese cadáver la veía con desesperación, esa es una imagen que hasta el momento no ha logrado olvidar. Había mucha sangre salpicada en las paredes de algunas viviendas. Antes de entrar corriendo a su casa, ella notó debajo del conteiner un gran charco de sangre. Al paso de unas horas, llegaron unas grúas y levantaron al container. Cuando pensaban solo en una víctima, se encontraron a otras dos aplastados junto al asfalto. Ese día Daisy no fue a trabajar por causa de los nervios.

Después de contarle a su familia sobre el rostro del muchacho, se encerró en su cuarto el resto de la tarde. Esa noche ella se despertó al escuchar la puerta del patio. Se abrió y se cerró tres veces, tal vez el número de las víctimas del accidente. Como era costumbre, ningún miembro de la familia se levantó a verificar. Perturbada, la joven vio en dirección a la puerta de su cuarto una sombra con silueta masculina. Tragó saliva y abrazó a su almohada. La sombra fue revelando su rostro y sin duda era similar al del cadáver del muchacho. Daisy se arropó y comenzó a rezar. Al rato volvió a mirar hacia la puerta y la sombra ya no estaba. Respiró profundo varias veces y se quedó dormida.

Con el paso de los años, Daisy se casó con un muchacho llamado Sergio. La madre se mudó al centro de Maracay con sus otros hijos y el padre se quedó solo en aquella casa. En ese tiempo, el señor era más huraño, como si estuviera ahogado en una profunda tristeza. Por un buen rato no se supo de él, no dejaba que nadie lo visitara. Los vecinos rumoreaban la relación de ese hombre con la casa, tan parecido a una especie de pacto. Daisy se preocupó por la situación de su papá. Una tarde agarró sus maletas y en compañía de Sergio y su hija recién nacida, se fueron a vivir a la casa de la curva.

En el año 1999, Sergio vivió una situación aterradora en las afueras de la casa. Una mañana, él le comentó a Daisy que en la noche asistiría al cumpleaños del compadre, a lo que ella le pidió: “Sergio no vayas a llegar tarde, mira que mi papá no está y en esta casa espantan. Acuérdate que la niña está chiquita”. En la noche, Sergio se relajó y se le pasó la hora. Se paró de la silla y les pidió a su compadre y a un cuñado que lo acompañaran hasta el callejón. Tomando en cuenta que nadie a esa hora se atrevía a caminar solo por ahí. Ellos lo acompañaron a la esquina y se quedaron vigilando hasta que Sergio abrió el portón. Él bajó, caminó rápido y abrió el portón de la casa. Se volteó en dirección a la subida y el compadre y el cuñado ya no estaban. Sacó las llaves e intentó ubicar la cerradura con la ayuda de una luz tenue del bombillo de la entrada. En el instante que vio a su derecha, notó a alguien asomado en el cuarto de su esposa y su hija. Era un ser humanoide, con plumas y espalda encorvada, mirando fijamente entre los tragaluces del cuarto. En seguida esa cosa volteó y Sergio le pudo detallar sus ojos rojos. El joven al percatarse de lo extraño de la situación, se quedó impactado sujetando las llaves. La criatura lo notó. Quedaron viéndose cara a cara por unos segundos y con brusquedad, dio un salto en dirección a las copas de los árboles de aguacates. Sergio quedó estupefacto, no podía creer lo que había presenciado. Como pudo abrió la puerta de la casa y entró a su cuarto. Todo estaba en silencio, la cama y la cuna vacías. Supuso que Daisy estaba tan molesta que se había ido a dormir al otro cuarto. Él seguía asustado, sin dejar de temblar. Se acostó y cubrió su cabeza con las sábanas. Rezó para espantar a la cosa demoniaca de afuera. Cerró los ojos, pero de pronto sintió unos golpes en el pecho. Al quitarse la sábana, él gritó y ella también, era Daisy con rostro de miedo y molestia. -¡No me avisaste que llegarías tarde, eres un mentiroso, un desconsiderado! -¡Daisy, déjame explicarte! –Expuso Sergio. -¿Qué me vas a explicar? ¡Hace rato vi que alguien me estaba viendo por los tragaluces! -¡Yo también lo vi cuando llegué, era un demonio, una bruja, no sé!- Ambos se miraron las caras y se abrazaron. Esa noche ellos no pudieron dormir.

El papá de Daisy trabajó un tiempo en Valera y allá conoció a una señora llamada Luisa. Él regresó a La Cabrera y se llevó a la señora para que viviera con él. Al principio, ella era muy amable con Daisy, Sergio y la niña. Tanto que siempre se mostraba servicial. El papá remodeló el cuarto del rezongón, a pesar de los recordatorios de Daisy con respecto a los espantos y los extraños rezongueos. Al cuarto le cambiaron la puerta de madera, repararon la ventana, lo pintaron y le pusieron una cama matrimonial acogedora, hasta acondicionaron un rincón con una maquina de coser para Luisa.

Con los meses, el señor se fue a Valera de nuevo a trabajar, mientras la señora se quedó de encargada en la casa. Sin embargo, algo raro ocurrió. Después de unos días, aquella señora se encerró con llave en el cuarto y pasó dos días completos sin salir. A Daisy y Sergio les llamó la atención esa situación. La joven angustiada, forzó la puerta con un cuchillo y encontró a la señora Luisa sentada en el piso, inmóvil y con la mirada baja. Daisy se acercó a ella para verificar si respiraba y lo estaba haciendo. Ese mismo día, Daisy le llevó algo para comer, al rato volvió a pasar y la comida ya no estaba. El estado de Luisa empeoró cuando agarró un hilo y una aguja. Duraba horas haciendo nudos y en las madrugadas encendía la máquina de coser. Daisy, Sergio y su hija se encerraron en su cuarto con temor que les hiciera algo.

Una noche el papá llegó a la casa, entró al cuarto y vio a Luisa tirada en el suelo: –¿Qué pasó aquí? –Les preguntó a los muchachos. –Mire, papá. La señora lleva varios días así sentada. Sí come porque me deja el plato vacío cuando le llevo algo, pero ella no se levanta del piso y en las madrugadas se pone a coser no sé qué – respondió Daisy angustiada. El papá como siempre incrédulo no le prestó atención a su hija y esa noche durmió con la señora. En la mañana siguiente, se levantó preocupado. Era increíble que Luisa no se moviera, ni hablara y no soltara la aguja de las manos. Extrañado de la situación, le pidió a Sergio que la llevara al Terminal de Maracay y la montara en el primer autobús de Valera. Al levantarla Luisa comenzó a hacer ruidos más fuertes, esta vez similares al del rezongón. Todos se asustaron, mientras el señor le preparó las maletas y le dijo: “Yo no sé qué pasó en este cuarto, pero usted se me va de la casa”. En cambio ella, no alzó la mirada en todo ese rato. Con pasos lentos y rezongando, la subieron a un autobús de Valera.

Daisy de regreso a la casa estuvo callada, a lo que Sergio le preguntó: –¿Qué te pasa, mi amor? ¿Estás mal por la señora Luisa? -Tengo que comentarte algo. Cuando estaba en el liceo, Danny, una amiga y yo jugamos la Ouija en el cuarto del rezongón y dejamos un portal abierto. Creo que a la señora la poseyeron todos los espíritus de la casa y la curva. Mira su actitud repentina y los ojos como si estuviera muerta. Créeme, yo sé de lo que te hablo. Tengo miedo Sergio.

Al año siguiente, Sergio, Daisy y su hija se mudaron para el estado Mérida. La casa de la curva la pusieron en venta. En el año 2006, esa vivienda desapareció. Las constantes crecidas del lago de Tacarigua la arroparon y la desaparecieron para siempre.

Esta historia nos ilustra que hay tantos lugares desconocidos e ignorados por nosotros, a veces con historias complejas dignas para convertirse en arte del horror.

Si pasas por la Curva de la Muerte en Maracay, ten precaución y recuerda que todas las vías guardan secretos, como esta y su extinta morada de los muertos.

Relato de: Prof. José Bordón

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