Palestra Insular: El canto de los burros

A Coche llegaron los burros  de manos de los Checos que tenían el negocio cerca de Wenceslao. Era una familia que llegó a La Uva a criar burros en un corral que construyeron cerca de ese negocio venta de pinturas.

Cada día la familia de los checos llevaba los burros a pastar y ahí lo dejaban pastando  parte del día y en horas de la tarde los burros volvían de nuevo a su  corral. Decían los más viejos del pueblo que esos burros.

Coche se convirtió en una tierra donde los burros pastaban y con sus cantos alegraban este pueblo de la sal. Por las mañanas el canto de los burros marcaba la tranquilidad de un pueblo donde solo la brisa, las olas del mar, el canto de las gaviotas, el vocerío de sus pescadores y el canto de los burros eran parte del lenguaje que adornaba al pueblo.

Pero de repente con la llegada de la crisis económica  y con el arribo de la pandemia se vino el hambre a cabalgar por los pueblos cochenses que sometidos a la miseria por la falta de empleos empezaron a padecer la crisis más larga de la historia de esta tierra de mar y viento. En ese momento cuando los burros estaban sueltos por diferentes partes de la isla en un ambiente natural que lo cobijaba y los hacía sentirse libres y felices empezaron a llegar por el mar hombres procedentes de Cumaná y Chacopata en busca de comida. Ahí consiguieron en los burros de Coche una forma de calmar su hambruna y así empezaron a desaparecer los jumentos de tierra cochense.

Así mataron infinidad de burros que se convirtieron en carne de cañón de los piratas del mar que empezaron a llegar de todas partes a comerse los burros cocchenses ante el silencio de un pueblo que no vio ese crimen contra esa especie en extinción que era un reservorio animal de Coche. No quedaron sino los cueros secos de los burros que en lanchas procedentes de todas partes llegaron a Coche a cometer esos delitos contra los burros de ese pueblo.

A decir de muchos cochenses solo queda un burrito que se ve por la ruta de Guinima y que quedó como muestra de tantos jumentos que eran un atractivo en la isla de la sal.

Más nunca se escuchó de madrugada el canto del burro, ni en la mañana, ni al mediodía y a ninguna hora cantaron los burros que eran una parte del silencio cochense.

Otros argumentan que cuando quebró el Safarí de Margarita los burros fueron llevados a la isla y otros argumentan que en Coche había tantos burros que se reprodujeron en la isla y que permitió  regalar a los dueños del Safari ese aporte de la isla de Coche.

Lo más recientes comentarios de los cochenses es que ningún organismo llámese Alcaldía , Cámara Municipal, ni ong ambientalistas, ni defensores de protección animal se percataron del burricidio que se cometió en Coche ante los ojos de las comunidades. Sorprende que nadie haya realizado alguna denuncia sobre lo que ocurrió en Coche en plena pandemia y que le robó a Coche la posibilidad de tener sus burros como un atractivo para los visitantes que llegan a Coche a conocer sus bellezas naturales, su ambiente, su fauna y su gente.

Coche no es nada más que sus hoteles sino sus playas, sus atardeceres y amaneceres, sus ostrales, su camaronera, las ruinas de Ensal, su núcleo de la UDO, sus pescadores y una población de gente buena que espera la solución a sus problemas fundamentales en los servicios públicos.

La extinción de los burros de carga es una realidad en Margarita y en pocos pueblos ya se consiguen estos animales de carga que en otros tiempos llevaban la leña, los sacos de hierbas, las auyamas, el agua, el maíz cultivado y servía de transporte en tiempos cuando no había llegado el tiempo de la bicicleta, la moto y el automóvil

Qué tristeza que ningún organismo municipal, ni ong, ni protección animal y ningún movimiento ciudadano levantó su voz para defender .a unos animales de trabajo que quedaron solo en su defensa contra los piratas del mar.

Ahora los cochenses y los visitantes abrieron los ojos para darse cuenta que ya no tenían el canto de los burros como elemento importante para hacer sentir a los cochenses que están vivos. Ni la voz silenciada del Cronista de Coche se notó para denunciar ese burricidio que pasará a la historia como un crimen animal cometido contra una especie en extinción    que fue presa fácil de los mercenarios que sin respetar la nobleza de los burros los condenaron a la muerte inminente.

Esa tragedia de la extinción de los burros en Coche generó un malestar en la comunidad que en silencio continuó su encerramiento durante la pandemia y a nadie le pareció extraño que los cantos de los burros no se escucharan más nunca en los predios de Guinima, San Pedro y La Uva, donde con regularidad los habitantes de estos pueblos tenían como marca para realizar sus faenas las horas en que cantaban los burros.

Las voces de protesta de Yanitza Alfonso, Ramón Rojas y Luís Hernández retumbaron en Margarita en defensa de los burros y sus voces no llegaron muy lejos sino a oídos de éste cronista que dibujó en estas letras una protesta silenciosa para reclamar los derechos de los cochenses ante la mirada perdida de las autoridades y del cronista del Municipio que ni un garabato pudo escribir para alertar a su pueblo sobre el crimen que se estaba cometiendo en Coche.

Ni un solo periodista valiente, ni el cronista de ese pueblo y menos los ciudadanos lanzaron un grito de guerra para salvar a estos desamparados burros que ya no cuentan con los checos para defender su honor. De esa forma los jumentos se esfumaron de la tierra cochense que más nunca escuchó esos cantos mágicos que más nunca surcaron los cielos cochenses. En botes y lanchas se llevaron los burricidas los cuerpos inertes de los pacíficos zopencos que entraron en extinción obligada porque los bandidos sin alma jugaron a poblar los terrenos cochenses.

Recopilación: Manuel Avila (Cronista de Nueva esparta)

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