Pedro Camejo, leyenda viva de la Batalla de Carabobo

Pedro Camejo es una de las leyendas más vivas y apasionantes de la Batalla de Carabobo. Por su nobleza y valentía alcanzó el gran honor de ser considerado un prócer de la patria, pero no es un héroe de molde. Negro, esclavizado, rebelde, supersticioso y bromista, es una figura con una biografía llena de luces y sombras de la que subyace un hombre de carne y hueso bañado de gloria por el cronista histórico más avezado: el pueblo.

Su legado no solo habla de él como figura individual sino como símbolo. Aunque titán de la independencia, llegó hace apenas seis años al Panteón Nacional. Pero el honor que las élites le habían negado en la insistencia por mantener un prejuicio atávico, mucho antes se lo había concedido el pueblo, que transfiguró la admiración en fe y lo recibió en los altares de la espiritualidad popular venezolana.

A doscientos años de su caída en combate, víctima de los primeros minutos de fuego en la batalla que selló la independencia de Venezuela, rememorar su gesta es traer al presente la hazaña de todo el pueblo descalzo que luchó en las filas bolivarianas buscando justicia social. Empero, también es justo reconocerlo en su singularidad, como valeroso lugarteniente de José Antonio Páez, como eficaz compañero de armas, como mordaz conversador y como un gran testigo y protagonista de la historia.

El Negro Primero

Pedro Felipe Camejo, quien se inmortalizaría como “El Negro Primero”, nació en San Juan de Payara, estado Apure, según la mayoría de los libros de historia en 1790. Vino al mundo como esclavo. Como millones antes que él, la lógica indicaba que su destino como sirviente y proveedor de fuerza bruta estaba firmado y sellado, pero con determinación, rebeldía y valor este descendiente de africanos torció al cien por ciento ese designio.

De su infancia y juventud poco o nada se sabe, solo que tuvo un hermano que físicamente constituía su opuesto: era rubio. Llamado José Paz y apodado jocosamente “el mundo” por su verbo fácil, también optó por la carrera de las armas junto al bando patriota y murió en el paso de los Andes acompañando al Libertador Simón Bolívar.

Volviendo a Camejo, su primera incursión como combatiente no tuvo lugar junto a la causa de la independencia sino en el bando realista, en el marco de la Guerra a Muerte, en 1813, cuando tenía unos 23 años de edad. Se unió a la guerra azuzada por José Tomás Boves instruido por su “dueño”, quien lo entregó al combate para deshacerse de la incomodidad de su rebeldía.

O al menos así lo insinúa Páez en su autobiografía, quien al introducir la historia de Camejo refiere: “Había sido esclavo del propietario vecino de Apure don Vicente Alfonzo, quien le había puesto al servicio del rey, porque el carácter del negro, sobrado celoso de su dignidad, le inspiraba algunos temores”.

No obstante, años después Camejo le confesó a Bolívar que su incursión en el bando realista no había sido en contra de su voluntad y que a esas filas había llegado para satisfacer un sentimiento de necesidad material y —seguramente— también de desagravio. Es bueno recordar que las tropas reclutadas por Boves habían sido en su mayoría de esclavos y campesinos arropados por un incontenible sentimiento de indignación contra los poderosos.

Señor, la codicia. Yo había notado que todo el mundo iba a la guerra sin camisa y sin una peseta y volvía después vestido con un uniforme muy bonito y con dinero en el bolsillo. Entonces yo quise ir también a buscar fortuna”, le dijo Camejo al Libertador, según sigue refiriendo Páez en sus memorias.

Camejo peleó por unos pocos meses junto a los españoles, pero salió defraudado de sus filas y luego de la Batalla de Araure huyó. Estaba decepcionado de solo ser asignado a tareas menores, por ejemplo, como sepulturero de los caídos en combate, lo cual le disgustaba particularmente porque tenía una gran aversión a los cementerios.

No se permitiría volver a ser esclavo así que prefirió mantenerse oculto y vivir los rigores de esa condición, robando vacas y víveres para sostenerse, hasta 1816, cuando se enteró del paso de Páez por Achaguas, luego de venir triunfante de la Batalla de Yagual.

Bravo de Apure

En ese momento decidió presentársele y pedir su enrolamiento. Habló con Páez y logró convencerlo de que lo aceptara. Para ingresar, Camejo pidió una sola condición: no ser asignado a las labores de gestión de cadáveres ni ser obligado a entrar a camposantos. Páez, “el mayordomo”, como lo llamaban entonces, aceptó la prerrogativa, asignándole de entrada una lanza y un caballo.

No le hizo falta mucho tiempo para hacerse un puesto. En batalla era feroz y determinado, pero entre sus congéneres era conversador, alegre, carismático y dueño de una gran sabiduría popular.

Páez lo convirtió en su lugarteniente y los rasgos de su personalidad vertical y candorosa llegaron a oídos de Bolívar, quien luego de conocerlo en 1818 disfrutaba en cada encuentro de largas conversaciones junto a este singular soldado que, aunque iletrado, exponía sus ideas y proyectos como un docto.

Admitirle en mis filas y siempre a mi lado fue para mí una preciosa adquisición. Tales pruebas de valor dio en todos los reñidos encuentros que tuvimos con el enemigo, que sus mismos compañeros le dieron el título de El Negro Primero. Cuentan que el título se debía a que Camejo siempre señalaba: Delante de mí solamente la cabeza de mi caballo”, escribió Páez.

De hecho, interrogado por el propio Bolívar de los sentimientos que lo movieron pasarse al lado republicanos, Camejo le dijo en una ocasión: “vino el mayordomo al Apure y nos enseñó lo que era la patria y que la diablocracia no era ninguna cosa mala. Desde entonces yo estoy sirviendo a los patriotas”.

Con el particular término de diablocracia se refería a la forma en que los realistas llamaban peyorativamente a un eventual gobierno encabezado por revolucionarios.

Camejo peleó junto a Páez y los Bravos de Apure durante cinco años. Fue héroe en las Queseras del Medio, el 2 de abril de 1819, donde por su valor fue ascendido al grado de teniente. También combatió en acciones como las de la Sacra Familia, La Cruz y Carabobo, donde su título heroico se convirtió en presagio fatal, al ser alcanzado por la muerte en los minutos iniciales de contienda. Tenía 31 años.

El día de la batalla, a los primeros tiros, cayó herido mortalmente, y tal noticia produjo después un profundo dolor en todo el ejército. Bolívar, cuando lo supo, la consideró como una desgracia y se lamentaba de que no le hubiese sido dado presentar en Caracas aquel hombre que llamaba sin igual en la sencillez, y, sobre todo, admirable en el estilo peculiar en que expresaba sus ideas”, dejó plasmado Páez.

La despedida a su líder es uno de los episodios más recordados y mitificados no solo de la Batalla de Carabobo sino de toda la historia de la Guerra de Independencia. Lo relata con gran dramatismo Eduardo Blanco en Venezuela Heróica. Aquel clamor de “Mi general, vengo a decirle adiós porque estoy muerto”, acompaña al pueblo de Venezuela desde las primeras letras.

Páez jamás olvidó a aquel soldado apureño. De hecho, en 1846, 25 años después de Carabobo, otorgó una pensión vitalicia a la viuda, Juana Andrea Solórzano, para que esta pudiera ser beneficiada con una pensión. En el certificado, Páez escribió, según reposa en el Archivo General de la Nación:

Certifico: que el ciudadano Pedro Camejo se incorporó y tomó servicio en el Ejército de mi mando en esta provincia en el año de 1816, y que los continuó hasta el de 1821, que murió en el campo de Carabobo por una herida que recibió de arma de fuego, en el momento del combate; y que por su valor sobresaliente mereció el ascenso de Teniente de Caballería, habiendo principado su carrera de soldado raso”, en misiva firmada en Borales del Frío, estado Apure.

Más allá del héroe

Varios libros históricos y testimoniales dejan relatos del trayecto vital de Camejo y de anécdotas que hablan no solo de sus cualidades militares sino de ser humano. Por ejemplo, sus supersticiones y su aversión a la “Sombra Negra” que según él lo perseguía en sueños desde que los realistas le obligaron a perturbar el sueño de los muertos en cementerios.

Otra anécdota relatada por Arístides Rojas cuenta cómo Camejo reclamó un día a sus compañeros por cazar en la sabana por diversión. “Eso es malo, señores, matar al animal de Dios, sin necesidad. Esos animales son necesarios para la cría”, les reclamó el Negro Primero, ante lo cual los soldados se burlaron, recordándole su impasividad para matar realistas. Camejo les replicó: “Yo no ataco a nadie, por gusto. Yo no los mato. Ellos mesmos se matan. Vienen sobre mí y los recibo en mi lanza y ellos se ensartan”.

Otro episodio escrito por el mismo autor da cuenta de una riña protagonizada por Camejo y su hermano en una noche de juerga, cuando unos cantantes de joropo osaron burlase de la diferencia del color de piel entre ambos.

También destaca el día que, en 1819, Páez solicitó su compañía para una reunión de alto nivel con jefes realistas en el marco del armisticio de Bolívar negociaba con Morillo. El general vistió al Negro Primero con las galas que requería la ocasión, pero en mitad del encuentro Camejo no soportó la incomodidad de ir calzado en contra de su costumbre, así que sin ninguna vergüenza se quitó las botas frente a los invitados.

Queriendo hacer gala del desperdicio que le inspiraban aquellos objetos de alta civilización, hubo de quitárselos, y llevándolos en una de las manos, cruzó de un extremo a otro de la sala donde tenía efecto el almuerzo. Aquella escena tan grotesca como inesperada motivó prolongada hilaridad, de la cual Páez supo sacar partido para entretener a su huésped acerca de las costumbres del llanero”.

Rojas también refiere de la vez que Bolívar preguntó a Camejo qué deseaba como premio por su valentía luego de una de tantas batallas, a lo que el Negro Primero pidió un bien muy escaso en los batallones patriotas pero abundante en los campamentos realistas: tabaco.

Bolívar, solícito, envió a un soldado a requerir en son de paz un poco de tabaco en el campamento enemigo, lo cual logró con éxito.

“El Negro I estaba satisfecho de tanta atención, y se jactaba, entre sus compañeros de armas de haber recibido el premio que había solicitado. Si el Mayordomo (Páez), decía, me quiere, yo por él doy la vida; al Tío por supuesto (Bolívar) puedo acompañarle hasta las Cocuizas, pero en Caracas no me verá jamás”, escribió Rojas. Fue esa última frase otra de sus profecías.

En el Panteón, el arte y los altares

Pedro Camejo ingresó al Panteón Nacional el 24 de junio de 2015. Ese día fue depositado en este altar de la patria un recipiente con sus restos simbólicos que reposa a la diestra de Páez.

Otro de los homenajes oficiales que se le han hecho a Camejo es integrar su rostro al cono monetario nacional desde la reconversión monetaria del año 2008.

En cuanto a los reconocimientos populares, el Negro Primero ha sido inspiración del arte nacional desde hace mucho. Lo pintó Arturo Michelena en su lienzo sobre dedicado a las Queseras del Medio titulado Vuelvan Caras, pintado en 1890. También aparece, moribundo, en el fresco de la Batalla de Carabobo que adorna el interior de la cúpula del Palacio Legislativo.  Su retrato anónimo también es harto conocido y hoy se ha reinterpretado en murales, estatuas y arte conceptual, para simbolizar el heroísmo del pueblo afrovenezolano.

En lo que respecta a la religiosidad popular, Camejo es una figura recurrente en las expresiones espirituales que arropan el culto a María Lionza, aunque no debe confundirse con el Negro Felipe, otra entidad de mayor rango, que, aunque muy parecida se refiere a un personaje muy previo, de hecho, nacido en África y traficado a Venezuela.

El Negro Primero es una figura histórica que como pocas está presente en el imaginario nacional. En este bicentenario de la Batalla de Carabobo justo es traerlo a la contemporaneidad en su dimensión más humana y recordar que nuestras gestas heroicas han tenido siempre rostro de pueblo.

Redacción: Rosa Raydán / Últimas Nticias

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