La Ciudad del Silencio hizo mutis por largo rato para sentir la pérdida de una de sus hijas predilectas.
La noche enmudeció y solo el canto de los grillos surcaban el ambiente lóbrego de unos espacios que por años escucharon el canto de la Alondra, de la hija del Maestro Augusto Fermín que le dejó ese legado para que en La Asunción lo tuvieran presente por años. Ese reto de su padre lo aceptó Cristina que llevó la antorcha de su Alondra colgado en su garganta por años.
Con Cristina perduró la música del Maestro Augusto Fermín en la conciencia de la Asuntinidad que lo recordaba en cada presentación con lágrimas que se cruzaban con sus melodías para hacer una simbiosis perfecta de la música y las emociones.
Llamaba poderosamente la atención como Cristina Fermín abrazaba imaginariamente a su padre en cada presentación musical donde la poesía de la Alondra rompía los linderos de la Asuntinidad con la fuerza de su voz.
Se fue Cristina con la luz de la luna llena, con el canto de los grillos en el Parque Luisa Cáceres de Arismendi y ni miró para la Lira y para el Centro de Artes :»Omar Carreño» donde tanto lució su repertorio musical. Se fue calladita como si no le importara la Ciudad. Sólo el ruido de la caída del sereno se oía a lo lejos y los destellos de la luna de caramelos dibujaban trazos de tristeza en los bancos de la Ciudad de sus sueños.
Pero la voz de la Alondra siempre estarán presentes en el Orfeón Nueva Esparta, en la Coral Nuestra Señora de La Asunción donde compartió con Julio Villarroel y Luigi Bellomo su arte musical y donde quedó sembrada la voz de La Alondra como un gran recuerdo colgado en su voz melodiosa.
La Asunción quedó triste porque se esfumó la voz de su Alondra que se fue con la brisa del Copey y del Matasiete a continuar en el otro plano sus conciertos que tantas luces le dieron a su amada Ciudad del Silencio.
Un hasta luego y una gran ovación para «La Alondra de La Asunción».
Sentido pésame a todos sus familiares especialmente a su hija, a sus hermanos Paulina, Asdrúbal y a su querido Ramoncito, a sus sobrinos Ramón, Andrés y Manolo.
Recopilación: Manuel Ávila (Cronista de Nueva Esparta)
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