Los niños, según les transmiten sus padres, tienen que exhibir un buen comportamiento en el hogar y notable rendimiento escolar a fin de tener su recompensa. Entonces, con la suficiente antelación escriben cartas al Niño Jesús con sus peticiones de obsequios, las cuales dejan en el nacimiento esperando la complacencia en Navidad.
El Niño Jesús aglutina la ilusión de cada infante en medio de su natural inocencia, expectante en la mañana del 25 de diciembre por enterarse de si sus peticiones fueron satisfechas.
Por supuesto que la presencia del Niño Jesús en la casas de los venezolanos procede de fe católica. Es una creencia traída a estas tierras por los españoles durante el proceso de Conquista y colonización.
Afirman los historiadores que el levantamiento del pesebre lo inició San Francisco de Asís. Esto sucedió en la ermita de Greccio, una pequeña población situada entre Roma y Asís, cerca de Rieti.
Corría el año 1223, allí el religioso solicitó la autorización del papa Honorio III para reproducir la devoción que profesaba por el natalicio de Cristo.
La primigenia demostración de fe se fue expandiendo hasta llegar al significado identificativo que tiene para la festividad navideña. Ocurre en paralelismo con otras costumbres igualmente propias de las fechas como la de San Nicolás, Santa Claus o Papá Noel.
En Venezuela, corroboramos, la figura del niño Jesús representa mucho para los niños. Para los más adultos aglutina el interés por el momento con el cual se va cerrando el ciclo de doce meses, es tiempo de reflexión, de formular buenos deseos para el año por venir. O de nostalgia sobre todo entre quienes han perdido un ser querido.
Se traduce también, en un compartir, en medio del colorido, el entusiasmo y el calor no solo entre familiares, sino también entre amigos, compañeros de trabajo, vecinos y otros allegados.
En Venezuela. los villancicos, los aguinaldos y las gaitas que no paran de oírse en el lapso de la navidad y el año nuevo.
La instalación del nacimiento se lleva acabo con tal entusiasmo que a través del tiempo dejó de ser un ornamento propio del ámbito doméstico.
También se tornó en una faceta característica de lugares públicos como plazas, centros comerciales, en el metro y otros perímetros de concentración pública, iglesias, centros asistenciales, instituciones de diversa índole y hasta en la recepción de edificios residenciales. Es tal su importancia que hasta se llevan a cabo concursos para premiar al mejor pesebre.
En la elaboración del Nacimiento se pone a volar la imaginación de los creadores, quienes no solo la impregnan su sentido estético y decorativo sino también el fervor religioso por lo que la representación a escala simboliza.
Las efigies centrales, además del Niño Jesús, son la Virgen María, su progenitora, San José, su padre putativo; la mula y el buey; y los Reyes Magos – figuras que las van acercando al pesebre o cuna de Jesús a medida que llega el 6 de enero, efemérides de la Epifanía.
Asimismo, hay profusión de pastores y pastorcillos junto con la generalidad de los muñecos que icónicamente recuerdan a los habitantes de la para entonces provincia romana de Judea, donde Cristo vino al mundo.
Para retratar tal área geográfica quienes levantan el nacimiento hacen gala de manualidades con cartulinas y cartones para recrear los parajes, algunos emplean aluminio en lugar de cursos fluviales – aunque hay quienes ingenian verdaderos sistemas de corriente de agua -, espejos para lagunas y algodones como símiles de nubes.
En ocasiones se ven ejemplos de excentricidad con la inclusión de elementos extemporáneos a la Israel bíblica. Todo depende de la imaginación particular y la libertad de criterio de los autores de la obra.
En Venezuela la tradición del Niño Jesús tiene emblemáticas variantes como la denominada Paradura del Niño.
Se cultiva en la región de los Andes – Mérida, Táchira y Trujillo – y zonas de Barinas y el sur del Zulia, donde se acompañan de oraciones a San Benito. La tradición se remonta a la presencia evangelizadora de los agustinos hacia el siglo XVII.
Cabe destacar que los oriundos de tales áreas la han trasladado a sus lugares de asentamiento, cobrando vida en otras latitudes patrias.
Se lleva a cabo en las fechas posteriores a la Nochebuena y Navidad, durante el mes de enero y hasta el 2 de febrero, Día de la Virgen de la Candelaria.
Quienes la celebran «paran» al Niño Jesús en el pesebre y lo trasladan en recorrido con la intervención de padrinos, un rezandero, músicos, cantores y devotos.
Instrumentos como el violín, el cuatro, la guitarra y la bandola son los que otorgan el marco festivo a la actividad.
La Paradura contempla a veces la Robadura del Niño, cuando la imagen es escondida temporalmente en casa de uno de los participantes.
Igualmente, algunos optan por paraduras vivientes, en donde visten a niños de los personajes de la recreación religiosa.
Al final de estos ritos, se degustan postres como bizcochuelo, junto con vino pasita o leche ‘e burra.
Pues bien, la ancestral costumbre del Niño Jesús nos une a los párvulos en sus sentimientos de candidez y amor.
Asimismo,, estrecha más los lazos familiares y de amistad y consolida la creencia espiritual y el deseo porque la Providencia nos depare mejores tiempos.
Fuente: Curadas
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