Los juegos infantiles son actividades muy serias

Muchas personas adultas, cuando se refieren a algo baladí o demasiado fácil, lo comparan con “un juego de niños”. Para los sicólogos, sin embargo, esa es una comparación inexacta. La importancia del juego en el desarrollo infantil lo señala como la actividad más “seria” del hombre en sus primeros años de vida.

En efecto, el sicólogo autríaco Sigmund Freud señaló cómo el niño se expresa a través de sus juegos y consigue así sus primeros grandes logros sicológicos. Los sicoanalistas infantiles han desarrollado esas apreciaciones y han demostrado de qué manera los niños aprenden al jugar, aunque sea inconscientemente, a superar hasta las dificultades sicológicas más complejas. Por ello hoy la terapia del juego es considerada la mejor para el tratamiento de las dificultades emocionales de los pequeños. Investigadores como Karl Groos y Jean Piaget han explorado las funciones del juego en el desarrollo de las habilidades cognoscitivas y motrices del niño y sus conclusiones son impresionantes.

El juego enseña al niño, sin que se dé cuenta, uno de los hábitos más importantes para el desarrollo intelectual: la perseverancia. Un niño que juega comienza a darse cuenta de que no es necesario desesperarse, si al primer intento sus bloques de madera no quedan bien derechos uno encima del otro. Fascinado con la idea de construír una torre observa que, si bien no lo logra inmediatamente, puede tener éxito si se empeña. Lo malo es que ese aprendizaje puede quedar trunco si sus padres se interesan sólo en el resultado y no aprecian adecuadamente el esfuerzo.

Y es que la participación de los padres en el juego tiene una importancia crucial. Todos los padres se sienten felices de ver a sus hijos jugando, pero si esa satisfacción proviene de que eso les permite continuar sus actividades adultas, sin sentir remordimientos por desatender a su hijo, éste no tarda en enterarse. El infante pronto se da cuenta de que su juego no es lo suficientemente importante para sus papás y que en cambio el que “no los moleste” sí lo es. Esta sensación tiene el doble efecto de minimizar su concepción de sí mismo y la satisfacción que puede sacar de su juego y reduce la capacidad de éste para desarrollar su inteligencia y su personalidad.

Esta situación se ve agravada por la inconsistencia del papel de los padres. Algunas veces todo sale bien. El papá o la mamá no está haciendo algo de particular importancia, así que cuando el niño le pide que juegue con él, acepta. Pero si está ocupado, usualmente su respuesta es “ahora no”, acompañada de un “más tarde”, aunque se trate de una promesa casi nunca cumplida. Si el niño no insiste, los padres se dan por satisfechos porque creen que perdió el interés en el juego, pero generalmente se equivocan. Los niños se dan cuenta de que ese “más tarde” no es más que un recurso para deshacerse de ellos, y prefieren evitar que les pase otra vez.

Pero, ¿qué pasa si es el niño quien está metido de lleno en un juego y son sus padres quienes van a salir o a sentarse a la mesa? Su respuesta es también: “Ahora no porque estoy ocupado”. Casi siempre, la persona adulta dirá: “Ven ahora mismo”. De nuevo la impresión que queda en el infante es que sus mayores no toman sus actividades seriamente. Peor aún, le ha quedado demostrado que, si hay conflicto con las actividades “adultas”, las del niño siempre saldrán perdiendo.
Se señala, sin embargo, que la cuestión del juego de los padres tampoco se debe interpretar equivocadamente. Un ejemplo clásico son los famosos juguetes didácticos, tan queridos para algunos. Evidentemente ellos no tienen nada de malo si el énfasis no se pone en el propósito educativo sino en el placer de jugar. Esos juguetes se vuelven problemáticos cuando el padre o la madre se sientan con el niño a imponerle un determinado juego que supuestamente le debe “enseñar” algo. Para muchos expertos, esa actitud produce inmediatamente un rechazo en el niño, que tiene sus propias ideas. En otras palabras, la decisión sobre qué aprender del objeto es totalmente suya.

Si bien el juego está firmemente anclado en el presente, sus significados pueden tener que ver con la solución de los problemas del pasado y también con el futuro. Un ejemplo es el de las muñecas. Para las niñas jugar con ellas les “entrena” para su futura maternidad, pero, en opinión de los expertos, también les ayuda a enfrentar problemas emocionales del momento. Si la niñita está celosa con su nuevo hermanito, puede encauzar su agresividad maltratando a la muñeca, lo que siempre es mejor a que maltrate a la inocente causa de su ira. Más tarde, la niña puede modificar su actitud negativa y satisfacer los aspectos positivos de su ambivalencia al cuidar bien a su muñeca y de paso identificarse con su madre, que hace lo mismo con su hermanito.

Por eso para muchos expertos es lamentable que los niños casi nunca tengan la oportunidad de jugar con muñecas y esa actitud cultural le niega a los niños la posibilidad de enfrentar, por medio de sus juegos, situaciones semejantes a las que viven sus hermanas. Esa negación de las muñecas a los niños nace de la creencia, para muchos errónea, de que jugar con muñecas afecta su masculinidad. Pero los expertos señalan que el cuidado de un bebé, simbolizado en una muñeca, también representa un papel en su vida adulta como padres. Por otra parte, señalan que la forma como los niños juegan con las muñecas es muy diferente a la de las niñas, a no ser que haya problemas de neurosis severa. Por ejemplo, los niños manipulan las muñecas en un modo mucho más agresivo y las ponen a “pelear” con mucha más frecuencia. Por otro lado, el interés de los niños por las muñecas dura muchísimo menos tiempo que el de las niñas. Pero sus juguetes usuales, carros, grúas etc., no les ayudan como aquellas a manejar problemas de su presente y su pasado.

En ese campo de los juguetes como símbolos, una gran preocupación de los expertos ha sido la actitud a seguir frente a los juguetes bélicos. Para muchos, la clave no está en regalar o no una pistola de juguete, sino en promover o no en el niño el uso agresivo de su “arma”. Si el niño pide ese regalo, el hecho de dárselo debe implicar el permiso para usarla y hasta la confianza en que ese uso será adecuado, pero no deberá ir más allá. Si bien el niño necesita dejar salir algo de su agresividad, ello no justifica que sus padres le promuevan el comportamiento agresivo, sobre todo si tiene un arma en sus manos. Esa promoción, al ejercer control sobre el juego del niño, lejos de permitir la descarga de su agresividad, la empeora al incrementar su frustración.

¿Y qué hacer cuando un niño resuelve “disparar” contra sus padres”? ¿Deben ellos “responder el fuego”? Según la mayoría de los expertos, por supuesto que no. Muchas respuestas pueden ser apropiadas, según la forma y oportunidad de la “agresión” infantil. Sin embargo, la más adecuada puede ser la de plantearle, siempre dentro del juego, qué haría para vivir sin el apoyo de sus padres. Una pregunta de esta naturaleza es mucho más adecuada para demostrarle que disparar y matar es una acto negativo, que una argumentación teórica sobre los males de la violencia y la guerra.

Aunque parezca paradójico, puede resultar contraproducente prohibir del todo a los niños usar juguetes bélicos. Aunque se trate de una motivación plausible, los padres que asumen esa actitud no lo hacen por el beneficio del niño sino de sus propias ansiedades y preocupaciones. Sin embargo, los sicólogos hoy en día tienden a creer que eso no es así.
En primer lugar, porque tal como jugar con camiones no quiere decir que el niño será camionero, jugar con pistolas no quiere decir que será pistolero. Segundo, porque al descargar muchas tendencias agresivas, se puede razonablemente creer que le quedarán menos para edades posteriores, cuando puedan ser mucho más peligrosas. Y tercero, porque esa prohibición representa ante el niño el temor de sus padres de que se vuelva violento, y ello significa ante sus ojos que le tienen muy poca confianza y, por lo tanto, que su imagen es muy insignificante.

Hoy también coinciden muchos investigadores en que los juegos bélicos tampoco deben ser reprimidos. En un juego como, por ejemplo, ladrones y policías, los niños experimentan con las identidades morales. Representar los papeles de unos y otros les permiten acercarse a la realidad de esos caracteres, algo que no se puede comparar con la actitud pasiva de mirar televisión o leer historietas. Pero además juega, evoluciona y a través del juego aprende unas buenas lecciones para la vida.-

Fuente: Semana

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